Los últimos episodios de este fatídico mandato, que tuvieron a punto de reventar nuestras relaciones con Estados Unidos de América, por cuenta de un trino emitido a primeras horas de la madrugada del domingo anterior por un ciudadano en situación de enfermedad, que funge como presidente de este país, nos hacen reforzar la idea de la fragilidad humana y de lo sensible que son las relaciones internacionales cuando hay mandatarios que andan perdidos en la galaxia y al aterrizar, no piensan en las próximas generaciones sino en su ego y en las próximas elecciones.
Se supo que uno de los principales actores que intervinieron para sortear la situación, junto con los cancilleres Murillo y Saravia, fue el expresidente AUV, quien siempre da muestras de ser un patriota integral, en contraposición al actual, a quien no le importa el país, su economía, su gente, sino sus propios intereses y caprichos; sus afecciones físicas y mentales las deberían tratar seriamente los médicos y siquiatras, pero la opinión pública debe ser la tratante -por ser la gran doliente- de esa otra e insondable dimensión de su “patología existencial”: la enfermedad moral, que es la que más daño hace y por la cual, al final de sus días, deberá responder ante Dios, aunque no crea en Él.
Enhorabuena ese proyecto de ley presentado por el Representante (CD), Jhon Jairo Berrío, que propone que el Presidente de la República pueda ser sometido aleatoriamente a pruebas de detección de sustancias psicoactivas, porque nos ayudaría a comprender su “yo y mis circunstancias” al momento de dirigir las riendas de una nación. Sería una medida adoptada por mero instinto de conservación de la Patria y nos evitaríamos episodios como el del pánico dominical, cuando el paciente trinador, más desvelado que un trío de serenateros, estuvo a punta de acabar con Colombia.
Menos mal que su primer anillo de seguridad (Murillo, Saravia) previeron las consecuencias impredecibles para el gobierno -para su permanencia en el poder- frente a la eventualidad de un “estallido social” de centro derecha, especie de paro cívico nacional, con desobediencia civil y todo, rememorando los hechos que dieron pie a ese golpe de Estado en Colombia, año 57, cuando los militares, oyendo el clamor popular, pusieron de patitas en la calle a otro dictador, también Gustavo, pero Rojas Pinilla.
Nuestro malhadado comandante, al emitir sus trinos destemplados, seguramente no estaba en condiciones de prever quién era su legítimo contradictor: el señor Trump, también medio loco, ególatra y arrogante, que generaliza y criminaliza a los inmigrantes ilegales, pero con la diferencia de que éste ya está al final de su carrera política y sólo piensa en los más altos intereses de su nación, que da la casualidad de ser la primera potencia mundial y portaestandarte de la democracia. El otro, en cambio, no ve la forma de prorrogar los términos de su mandato hasta cuando pase una de dos cosas, como en la gota fría vallenata: o se lo lleven a él, o él se lleve el país.
Post-it. Extrañamos a Noticentro 1, u otro a esa hora, porque a las 11:30 pm pocos sobrevivimos. Era bueno y aparentemente objetivo (dentro de la relatividad cósmica cuando el balón de la objetividad está del lado de don Yamid). Lo cambiaron por una tal polémica del fútbol radial -hasta en la sopa- el verdadero “opio del pueblo”, mientras Petro dice que los noticieros sólo dicen “mentiras y pendejadas” de su gobierno, como si la verdad y la coherencia fuera lo suyo. ¿Sería por eso que le sacaron tarjeta roja?