Esta Semana Santa me sirvió para meditar sobre si me arrepiento de no ser amigo de la paz de La Habana. A eso se unió el hecho de que algunos funcionarios del gobierno de Uribe han pensado en acogerse a la Justicia Especial para la Paz (JEP) y ha habido una reacción de los amigos de la paz de La Habana en el sentido de que sus crímenes no está ligados al conflicto. En algunos casos sus condenas, obtenidas con falsos testimonios, no tuvieron segunda instancia, como lo ordenan las convenciones sobre derechos humanos.
Descubrí que me repugna hasta el fondo de mi alma que los asesinos que dispararon cilindros bomba a civiles refugiados en la iglesia de Bojayá, con más de 120 muertos, sean amnistiados sin más. Que me fastidia que a los bandoleros que asesinaron a sangre fría a los once inermes diputados del Valle, se les premie con salarios de $1.800.000 mensuales. Que me molesta que a los terroristas que pusieron bombas en el Club el Nogal con decenas de muertos y centenares de heridos, se les ofrezcan curules especiales en el parlamento en zonas “amarradas” y sin quien les compita. Que me asombra que a los criminales que pusieron –y ponen- minas quiebrapatas en los broches de los potreros y cerca de las escuelas, se les den emisoras y canal de televisión que no tienen los partidos políticos legales. Me disgusta profundamente que los bandidos que secuestraron a Ingrid Betancourt, a los cuatro gringos –de los que asesinaron a uno- y a cientos de civiles y soldados muchos de los cuales murieron en cautiverio por las condiciones infrahumanas en que los mantuvieron, se les permita participar en política aunque tengan decenas de condenas de la justicia ordinaria. Se me constriñe el alma cuando pienso que a los bandidos que secuestraron niños para usarlos como carne de cañón, que violaron mujeres y las obligaron a abortar, que hicieron de Colombia un paraíso de narcotraficantes y aún siguen impidiendo la erradicación manual, que no han hecho otra cosa que dinamitar oleoductos y contaminar las aguas y siguen arrojando desechos tóxicos por la explotación ilegal de oro, se les asignen a dedo curules en el Congreso, sin elecciones y con subsidios que no se dan a ningún otro partido político y no se les obligue a reparar a las víctimas. Pero me molesta aún más y ciertamente hiere mi conciencia de abogado, que la JEP, aprobada en fast track violando las constitución y la ley por un Congreso enmermelado, con jueces elegidos por unos personajes extranjeros de dudosa ortografía, esté diseñada para absolver de toda culpa a los guerrilleros comunistas pero también para condenar a los militares que nos defendieron y a los civiles que, de una manera u otra, se enfrentaron a las FARC no con armas sino con ideas.
Aunque el enmermelado senador Roy Barreras piense lo contrario, no soy amigo de la guerra ni enemigo de la paz. Sólo que no creo en esa paz que, por cierto, va a fracasar porque está asentada en la injusticia.
No, no me arrepiento.
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Coda: “Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe” (San Pablo, I Corintios, 15, 16). ¡Feliz Pascua de Resurrección!