Según el Informe de la Agencia internacional de energía, con corte a diciembre de 2023, se estima que la producción petrolera de Colombia bajará ligeramente en 2024 frente a la del año anterior, situándose alrededor de los 770.000 barriles y acordes con sus proyecciones para el 2025 la producción será de 710.000 barriles/día, para el 2026 680.000, para el 2027 650.000 y para el 2028 de 620.000, para una caída del 20.5% con respecto al 2023. Como es obvio, la única manera de revertir esa tendencia es incorporándole barriles a las reservas.
Ahora, en momentos en los que el número de taladros activos en el país (110), la cifra más baja desde 2021, está cayendo, según la Cámara de servicios petroleros (Campetrol), un 26.2%, migrando a otros países como Guyana o Brasil, atraído por la febril actividad petrolera en esos países, se intenta con la estrategia de que Ecopetrol entre a suplir la “inactividad” de las empresas adjudicatarias, contrarrestar la caída en la producción.
En mi concepto, ello puede llegar a amortiguar la caída en la producción pero no a su incremento significativo, de manera que mientras no se firmen nuevos contratos de exploración y producción, como lo están haciendo todos los demás países que cuentan con reservas probables o prospectivas, a Colombia, dadas sus precarias reservas , que solo le alcanzan para 7 años, la va seguir rondando el fantasma de la importación de hidrocarburos, así sea cierto que, como lo afirma el Ministro “ni más contratos garantizan más reservas, ni los mismos menos reservas”.
Huelga decir que el petróleo que no produzca y exporte Colombia no lo dejarán de consumir en el resto del mundo, otros países lo producirán y exportarán en su lugar. De hecho, el año anterior, según cifras de la Agencia internacional de energía (AIE), el consumo de crudo en el mundo alcanzó un nuevo récord de 101 millones de barriles/día y según su más reciente reporte “se pronostica que el crecimiento de la demanda mundial de petróleo alcanzará un promedio de 1.2 millones de barriles/día”. Es más, contrariamente a las previsiones de la AIE el punto de inflexión y de aplanamiento de la curva de demanda de crudo se está corriendo más allá del 2030.
De manera que las buenas intenciones del gobierno de contribuir a la reducción de las emisiones de GEI para competir el Cambio climático se ven neutralizadas por la contribución a las mismas por parte de otros países. Nos terminamos quedando con el pecado y sin la gracia. Colombia, entonces, afana más que el dueño de la olla y está siendo más papista que el Papa, apresurándose a darle la espalda a los combustibles fósiles cuando en la más reciente COP 27, que se realizó en noviembre del año pasado se resolvió alejarse de ellos, pero no darle la espalda prematuramente, que es en lo que está empecinado el actual Gobierno, sin reparar en los costos en los que está incurriendo. Bien dice el adagio que ¡no por mucho madrugar amanece más temprano!
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