No es más que un hasta luego, como dice la canción de despedida de los Scouts, a la Copa Mundial de Fútbol, a su edición vigésima primera, la versión Rusia 2018, la primera celebrada en Europa Oriental. Un sentido de gratitud a su creador, francés, Jules Rimet, quien fuera un convencido de que esta creación inglesa era capaz de permear, con valores, a todas las naciones, al invitar a “reunirse en confianza sin el odio en sus corazones y sin un insulto en sus labios”, por demás, sin distingo de raza ni clase social.
Así, por su inspiración, en 1928, la FIFA en Amsterdam acuerda organizar un campeonato mundial cada cuatro años y en 1929 en Barcelona fija, para el siguiente año, el primer torneo a realizarse en Uruguay. Curiosamente se decide por un país suramericano como sede inaugural, sin importar la travesía marítima y la situación mundial, con razones merecidas por tratarse del campeón olímpico de 1924 y 1928. Uruguay prometió entonces la construcción de un nuevo estadio para el campeonato y ofreció pagar muchos de los gastos a los equipos participantes.
Dicha vez, la final la juegan Uruguay y Argentina, con el triunfo de la anfitriona 4 a 2. Para Rimet fue una realidad la Copa y, como si fuera hoy, escribía que los uruguayos habían sido tan espontáneos en su alegría y festejos que todos se entregaron a dar rienda suelta a sus sentimientos.
Igual furor habría visto Rimet, con el gol de Colombia en cabeza de Mina, en octavos de final, a los 93 segundos, en partido que empata a Inglaterra, hoy entre los cuatro primeros del mundo.
También lo vería en la hermana croata de San Vicente de Paul, Marija Zrno, amante de su vocación y del fútbol, quien, en vísperas al mundial -cuando su selección aún no figuraba como posible campeona-, dijo a los jugadores de Croacia: "Sean fuertes, jugar abierta y vigorosamente, como al comienzo de la calificación. No tengan miedo de nadie. Tengan un espíritu de equipo. La culminación de nuestro juego de fútbol fue en 1998, pero podrán alcanzar el oro. Los estamos esperando en Croacia".
El trasfondo del fútbol está en esa cultura compartida y levantamiento de los espíritus patrios; en “promover la vida social, se trata de trabajo en equipo, una sensación de relajación y conectividad” como dice la hermana Marija Zma; en los valores que dignifican a la persona como el respeto, la fortaleza, la disciplina y donde nacen las mejores muestras de solidaridad.
Que la nostalgia de dejar a Zabivak, la mascota del mundial, el lobo “divertido, seductor y seguro de sí mismo", sirva para traspasar igual ímpetu a nuestros obstáculos de país para cuidar, como dijera Rimet, que el negocio del fútbol no vaya opacar su esencia y que el respeto ya concebido por las barras bravas siga siendo un aliento para los miles de jóvenes que en Bogotá se visten de fútbol los domingos, en escuelas deportivas, organizadas por la comunidad.
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*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI