En Colombia abundan los cuenta chistes, pero ¡son escasos los humoristas! El chiste hace reír; el humor también, pero haciendo pensar. Su ingenio quisiera decir carcajada, se concedería más importancia al bufón, que al humorista.
El resentido lleva el ceño fruncido, la censura amarga en los labios y el reproche destructor en el alma. Se detiene ante el pueblo oprimido y le grita: “revuélvete”, y al esposo traicionado y burlado le grita: “escúpela, elimínala”. Ni el insulto, ni la súplica, ni la execración, ni el crimen, ni los suspiros, tienen la fuerza impaciente del buen humor.
No son muchos nuestros buenos humoristas. Citemos algunos del pasado y del presente: Alacrán, Posada, Clímaco Soto Borda, el Jetón Ferro, Álvaro Salom Becerra, Alfonso Castillo Gómez, Lucas Caballero “Klim”, Daniel Samper Pizano, Pocho Rentería y Oscar Domínguez.
Oscar Domínguez lo que escribe lo adhiere a la memoria y lo hace perdurar dejando un mensaje. El humor se ocupa de todos los campos, menos el de la inmoralidad. Jamás ofende a la persona humana o a la dignidad de las instituciones. De Víctor Hugo se dijo: “no critica, destruye; no censura, arroja salivazos; no ataca, extermina”. Cuando a José María Vargas Vila se le preguntó su opinión sobre el presidente Santiago Pérez, contestó: “hizo dos cosas en su vida: escribir un libro, que nunca se rindió y tener un hijo, Santiago, que sí se vendió”.
El triunfo de lo que es injusto produce una impresión depresiva en la sociedad. La alegría del rufián triunfante es tan falsa y tan fugaz como la del borracho depravado. El humor es ágil, rápido, breve y casi paternal. Busca invariablemente la simpatía de las personas y de las cosas. Quevedo es tan caustico, que hace pensar en el plomo derretido. Voltaire hacia retroceder espantado con sus sarcasmos sangrientos. El humor sano y docente es el que hace sonreír deliciosamente sin causar estragos irreparables. Y lo más trascendental es que después de todo, el espíritu queda enriquecido, con una lección, con una experiencia, con una emoción honda y profunda.
Si el hombre de las cavernas hubiera sabido reír, la historia hubiera sido diferente. El humor alivia las cargas de la vida, redime el espíritu, comunica felicidad, crea hermandad y limpia la mente de hipocresía, de fatuidad y de presunciones. El humor es la principal fuerza civilizadora del mundo.
La gente sabe que la seriedad es el único puntal que sostiene muchas mentiras. Y juega a ser travieso. El humor da un tirón a la buena capa que cubre el traje malo; nos representa lo que hay de desaforado y de incongruente en nuestras acciones. A veces lleva sus fantasías tan lejos que nos parece que sus personajes no son humanos sino muñecos creados por él, para una farsa arbitraria; pero es porque, como el caricaturista, el tema que más le preocupa no es precisamente eso que él llama pintar el carácter de una persona, sino abarcar lo más posible de una situación, de un episodio, con referencia a posibles errores.