Warren Buffett, uno de los hombres más ricos y exitosos del mundo, dice que la decisión más importante para tener éxito y ser feliz en la vida es la de rodearse de gente optimista con propósitos sólidos.
¿Es realmente el optimismo la clave de la felicidad? ¿Se puede ser optimista en una era de confusión, corrupción y negativismo, como la que vivimos?
En estos días ser escéptico es una tendencia de muchos intelectuales y también del hombre común. Se habla del triunfo de la inteligencia artificial sobre la humana. El fin de la humanidad, como la conocemos. Se ve llegar, en un futuro cercano, a un ser humano incapaz de comunicarse con sus semejantes, esclavo de la tecnología, creado en un laboratorio, biológicamente perfecto, o casi perfecto, pero incapaz de sentir o de amar, asexuado e indiferente.
Y ahí no para la cosa. Los científicos pronostican que en una o dos décadas enfrentaremos un cambio climático catastrófico, prácticamente indetenible, el cual ya ha comenzado y que convertirá en desiertos a tierras que antes eran fértiles, inundará un alto porcentaje de la superficie terrestre, inclusive las grandes ciudades costeras. Permanentemente oímos que se nos avecina una inimaginable escasez de agua, comida y aire limpio, como jamás la ha visto el hombre.
Habrá, entonces, hambrunas, enfermedades, plagas horrendas y, naturalmente, viviremos las peores guerras, por el control del agua, el aire y la tierra productiva.
Estos son solo algunos de los planteamientos apocalípticos con que permanentemente somos bombardeados. Y que tienen, desgraciadamente, mucha verdad en ellos.
Pero, así como la guerra es una constante de la humanidad, como lo son las constantes predicciones del “fin del mundo”, también el optimismo tiene sus adeptos y con razón, porque el hombre ha probado, hasta la saciedad, ser inagotablemente recursivo, ser capaz de superar los más enconados obstáculos, encontrar soluciones inimaginables para problemas verdaderamente obtusos. El hombre, históricamente, ha sido capaz de salvar lo insalvable.
La historia nos enseña como un pequeño David, con solo un guijarro y una cartuchera, derrotó al gigante Goliat. Yo llamaría a David: un optimista innato. Guerras que se creían totalmente perdidas se han ganado por el valor, el optimismo, la insistencia y la capacidad de unos pocos guerreros. El hombre se ha sobrepuesto a catástrofes naturales, plagas, holocaustos humanos, crímenes y criminales atroces, incontables veces.
Optimismo es rebeldía contra lo imposible, es valor contra la adversidad, es creer en sí mismo, ser capaz de correr los últimos metros de una maratón cuando ya no se puede dar un paso más, es tratar de alcanzar lo inalcanzable porque aún nos queda aire, vida e ilusiones. Optimismo es renovación, es adaptación al cambio.
Creo que hay que tomar la decisión en creer que, como en el pasado, ahora también el ser humano será capaz de sortear sus problemas. Existen ya movimientos muy fuertes para contrarrestar el cambio climático, derrotar la corrupción, el consumerismo, la polución, la deshumanización general que nos asecha.
Siempre habrá criminales; siempre habrá terroristas con escusas para cometer sus atrocidades, encapuchados cargados de odio, rencor y mentiras que todos lo destruyen. Pero, siempre habrá héroes, como David, que los detengan.
Hoy, más que nunca, debemos rodearnos de optimistas, de hacedores, no destructores. Gente que no tema a las dificultades, sino que las enfrenten. La creatividad está íntimamente ligada al optimismo.