ORLANDO CANO VALLEJO | El Nuevo Siglo
Martes, 1 de Octubre de 2013

Ordinariez

 

Ordinariez   en política, término empleado con acierto por esta casa editorial el pasado miércoles, describe la conducta agria y nada amable como algunos ciudadanos asumen su papel frente a la sociedad. Si los caciques y delfines políticos ultrajan, insultan, agreden, ofenden y maltratan en su rutinario y ordinario lenguaje, ¿porqué sorprendernos con la agresividad de un grupo de sujetos que experimenta una especie de fobia contra todo y contra todos? Si la clase dirigente del país luce fuera de lugar en buenas prácticas de la comunicación y a cambio del debate, satanizan y atacan al contradictor, no debemos llamarnos a sorpresas con la conducta violenta y criminal de unos cuantos que pretenden sembrar pánico y miedo.

La Iglesia Católica ha dicho que es un alejamiento de Dios, del respeto a la vida, de valores éticos y morales. Marchitamiento de buenos modales que comienza con el mal uso del lenguaje y termina en feos ataques verbales en ciertos políticos que no entienden que ser público implica responsabilidades sociales. Y como en política, el maltrato, ultraje y ordinariez no escapan a esferas de sectores público y privado donde a menudo humillan, someten, presionan y acosan a empleados, funcionarios y obreros. De todo en la viña del Señor. La grosería con que algunos ‘notables’ manejan el léxico, la escritura y la palabra, es lamentable y vergonzante. Nada de español, menos de castellano.

Hace falta volver a las normas básicas de respeto al prójimo, al colega, al servidor, a la empleada, al asistente, a la secretaria, al amigo, al hermano y a los padres. Y en la calle, todo se replica en una sociedad cargada de odio y lejana a la solidaridad. Los muchachos sin rumbo, sin brújula a sus convicciones, sin líneas de conducta, sin principios ni fin, no cesan en agresiones, muertes violentas, atracos y vandalismo. Podría ser por una camiseta de un equipo de fútbol, por hurtar un celular, por una billetera, por asaltar un apartamento o una tienda, por no ceder un puesto en el bus, por no respetar la fila; por cualquier razón, encuentran causa para asesinar.

Si en pueblos y ciudades hay jóvenes en pandillas dispuestos a lo que sea por efectos del microtráfico, ¿qué ejemplo se les está dando desde altas esferas de la sociedad? Los unos agreden y matan a los de su misma generación, los de arriba irrespetan, ofenden, se acusan y lanzan dardos que envenenan el ambiente. El desarme de espíritus es para unos y otros. Que las autoridades ejerzan mando y desarmen a los desadaptados que no paran de cobrar vidas. Pero también que algunos dirigentes moderen sus palabras y desarmen sus calientes espíritus. Hora de deponer las armas de la ordinariez