Orlando Cano Vallejo | El Nuevo Siglo
Martes, 20 de Enero de 2015

El vecino

 

La vida hoy en Venezuela no es fácil. Tampoco lo fue ayer. Ni Chávez ni Maduro lograron darle rumbo social a un país lleno de riqueza y recursos, pero muy pobre en administración. Debilidad institucional es la mejor definición de lo que hoy sufren millones de ciudadanos en el vecindario. Las prácticas de buen gobierno no tienen cimientos políticos en Venezuela. Las promesas no se ejecutan por que falta decisión y visión. La democracia allí parece marchita. Obsoletos modelos de gobierno lo pierden todo.  

A nadie le cabe en la cabeza que la situación social, económica y de seguridad en Venezuela, luzca bien. Nuestros lazos de amistad y cercanía nos hacen partícipes de su drama. Ir a Caracas no es aconsejable por estos tiempos. Salir de allí parece una mejor opción de vida. Sin embargo, los compatriotas tendrán que encontrar su identidad cultural, política y social. El presidente Maduro tendrá que resurgir la caída economía y levantar el ánimo y el optimismo perdidos.

Caminar por cualquier ciudad, pueblo o Estado de Venezuela, es mirar de frente el caos, la pobreza, el desánimo, la desconfianza, la incertidumbre y el desabastecimiento. Todos necesitan lo básico, pero no encuentran mucho. Los víveres, los mercados, los productos de la canasta, parecen piedras preciosas que todos buscan y pocos hallan.

Lo que le ocurre hoy a nuestros cercanos andinos tiene orígenes en un sistema de gobierno que se ha equivocado, pero no ha corregido.  Cuando se anuncian medidas es porque hay desespero en el Palacio de Miraflores y las revueltas y rebeliones son inmanejables.

En tanto los hogares claman salidas audaces a la pobreza y el abandono estatal, el presidente Maduro opta por ataques contra Estados Unidos y la oposición. O cambia el rumbo o se cae Maduro. O hay timonazo o se va Maduro. O hay sensatez, consensos, acercamientos, respeto a las instituciones en función del pueblo, o es el fin de Maduro.

La democracia venezolana luce frágil. Urge un nuevo aire. Se requieren diálogos institucionales que pongan las cartas sobre la mesa y señalen el camino a seguir. Debemos estar atentos al mundo de contrastes que hoy nos muestra Venezuela. Nos liga su gente. Nos une su historia. Lo que les pase a ellos nos toca de cerca.

Lo principal es enderezar la derrumbada economía. Tumbar la frenética inflación. Estabilizar el frente cambiario. Calmar los ánimos en frontera. Abastecer de comida a los ciudadanos. Y, lo más importante, que el Gobierno le diga a su gente a qué atenerse, sin mentir ni dilatar.

Venzuela merece recobrar su dignidad internacional. Su pueblo debe salir pronto de esta larga y horrible noche.