La vida del pesista colombiano Óscar Figueroa, nuestro oro olímpico, ha sido una búsqueda de superación que comenzó el mismo día en que los grupos armados al margen de la ley les impidieron a él y a su familia seguir habitando en Zaragoza, un pueblo minero del bajo Cauca antioqueño.
Su historia es el Elogio de la Dificultad, a la manera de Estanislao Zuleta; lejos ha estado de “una vida sin riesgos, sin lucha, sin búsqueda de superación (…) sin carencias y sin deseo”. No ha sido la suya “un océano de mermelada” como el que ansiamos casi todos a diario en este país de cucaña.
Siendo desplazado y víctima de los grupos armados, nunca dejó que esto lo definiera como ser humano; no se victimizó como hacen tantos en Colombia para obtener prebendas. Dio vuelta a la hoja y la rabia del recuerdo la convirtió en energía creativa; siendo niño supo que lo importante no era lo que le había pasado sino lo que él iba a hacer con eso que le pasaba. Óscar transformó su realidad.
Atrás quedaron la finca, los sembrados de plátano y café, las aves de corral, las gallinas del sancocho, los amigos de infancia, los juegos de canicas. La travesía lo llevó hasta Cartago, próspero municipio del norte del Valle del Cauca, donde la vida no fue fácil.
Su lección de vida es grande; nos hemos vuelto facilistas, como Zuleta nos lo advirtió hace marra: “En vez de desear una sociedad en que sea necesario trabajar arduamente para hacer efectivas nuestras posibilidades, deseamos una monstruosa sala-cuna de abundancia pasivamente recibida”.
No así Oscar Figueroa. Su figura menuda y la baja estatura fueron las primeras adversidades que tuvo que vencer en el largo camino hacia la consagración como pesista; él me lo contó hace un par de años cuando Unicef nos llamó a ser parte de Vamos Jogar: él como deportista, yo como narradora.
Los frutos de su esfuerzo se fueron dando poco a poco como suceden las mejores cosas y con la alegría que produce solo aquello que nos cuesta, hasta lograr el anhelado oro en estos Olímpicos de Río 2016.
Porque para él “los sueños nunca pesan más de lo que uno puede levantar”, creó la Fundación Levanta Sueños, para que muchos niños puedan, como él, construir otro mundo.
No nos prometió el oro pero de manera callada nos lo trajo. Sin querer nos dio una enseñanza: el Elogio de la Dificultad.