Los verdaderos pastores
El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido. En estas palabras se condensa el mensaje bíblico de este trigésimo primer domingo del tiempo ordinario. Jesús nos presenta en admirable síntesis el camino de servicio, de sacrificio y humillación que es propio del cristiano y, en especial, del sacerdote.
El evangelio nos ofrece una dura crítica de Jesús a los escribas y fariseos, porque hacen todo sin pureza de corazón. Detrás de su celo por la observancia de la ley se esconden intenciones inconfesables (EV, Mt 23, 1-12). Ya en el siglo V a.C. el libro de Malaquías amonestaba a los sacerdotes que no obedecían al Señor, ni daban gloria a su nombre. A estos sacerdotes se les amenaza con cambiar su bendición en maldición. Se han apartado del camino y han hecho tropezar a muchos (1L, Ml 1,14b-2,2b.8-10). Todo lo contrario a estos sacerdotes es el testimonio de Pablo en la evangelización de Tesalónica: él se preocupa de los fieles como una madre se preocupa de sus hijos; desea no sólo entregar el evangelio, sino su misma persona; trabaja, se fatiga, da ejemplo, para no ser gravoso a nadie. Se alegra porque acogen la Palabra, no como palabra humana, sino como es en verdad, como Palabra de Dios. Pablo es el apóstol que sabe humillarse y por eso es enaltecido (2L, 1Ts 2,7b-9.13).
El ejemplo de Pablo es elocuente y nos invita a todos a revisar nuestra carta de servicio y nuestras responsabilidades frente a nuestra familia, a nuestra comunidad, a nuestra parroquia. Esta aplicación pastoral se refiere, de modo especial, a los sacerdotes que deben ser verdaderos pastores de la grey a ellos confiada. Ellos deben amar con sinceridad a las ovejas que están bajo su solicitud; ellos no pueden ser mercenarios de tiempo parcial que huyen ante los peligros. Por ello, en el sacerdote no cabe la “ascensión de carrera”, la búsqueda de puestos de honor; la búsqueda de la gloria personal. Cuanto más humilde es, tanto más y mejor transmite a Dios. El sacerdote es el pastor de las ovejas: debe dar la vida por ellas. Y dar la vida es algo muy concreto: es predicar, es salir al encuentro, es visitar al enfermo, instruir al ignorante, aconsejar al que duda. Dar la vida, es afrontar el desafío de la nueva evangelización, es desgastarse un día y otro sin medida para que no se pierda ninguno. Sobre todo, dar la vida es no perder nunca la esperanza de la conversión de sus almas. Los fieles tienen derecho a encontrar en su sacerdote al hombre que los anima a mirar al futuro con esperanza. El, a pesar de todos los problemas actuales, sigue siendo el punto de referencia moral y de instrucción religiosa.