Se acaba 2018 y, al son de los villancicos, el país hace las listas de lo que va a quemar con el “año viejo” y en lo que va a soñar con las uvas del 31. El Gobierno, por supuesto, está bajo el ojo crítico de esos balances decembrinos, alimentados por la realidad recortada de los medios y formadores de opinión.
Para mí, el balance del gobierno Duque hasta ahora es prometedor, aunque este país veleidoso no refleje lo mismo en las encuestas, movido por una izquierda arrogante que busca “movilizarlo” para minar la gobernabilidad, y por el hambre burocrática de algunos sectores políticos. Mi evaluación obedece a una razón que hoy parece escasa: LA COHERENCIA frente a sus promesas de campaña.
El país estaba acostumbrado al pulso oscuro entre poderes para negociar apoyos por prebendas; al pago de favores con las instituciones y los bienes del Estado como moneda de cambio; a la gobernabilidad por complicidades en el negocio sucio de la mermelada.
Hoy vuelve a la colaboración armónica y al respeto entre los poderes, que debe ser la marca registrada de una democracia. Hoy las instituciones vuelven a ser de los colombianos; ya no Fonade de “los ñoños”, el SENA de los Verdes, Planeación de otros y Agricultura de los de más allá. Hoy los contratos de alimentación escolar no son un premio, ni un recurso de campaña o de enriquecimiento personal.
El cambio no es fácil, sobre todo frente a la mezquindad de los interesados en ensuciar y deslegitimar. La Ley de Financiamiento es el mejor ejemplo. El gobierno presentó un proyecto, como corresponde, para que el Congreso hiciera lo que le corresponde: debatirlo en democracia. Nunca antes se había discutido tantas propuestas, y aunque con una meta inferior de recursos, la de Financiamiento es un ejemplo de lo que debe ser una ley.
Pero claro; venimos del festín de mermelada y pupitrazos a lo fast track. Pero claro; repartiendo ministerios y contratos, el Gobierno habría sacado avante su propuesta y todos contentos, aunque la decencia y la transparencia hubieran quedado en el camino. Entonces el aporte de todos los sectores es calificado de “Frankestein”, y la ausencia de mermelada de “falta de liderazgo” del presidente y sus ministros.
Si la reforma a la justicia se cayó por enésima vez, es porque a la ministra del ramo le faltó “liderazgo” con las Cortes y a la del Interior le faltó “manejo” con el Congreso. Falso. Se cayó porque la justicia misma no ha mostrado voluntad de transformarse y, entonces, como el país apenas empieza a cambiar, en el Congreso se logró recortar el proyecto gubernamental sin alternativas y, al final, un burdo bloqueo precipitó la caída. Ojalá hubiera tenido las propuestas y el debate de la Ley de Financiamiento.
Esta sociedad está enferma y el tratamiento empieza con el ejemplo. Si Duque mantiene su talante, de no ceder a la estructura mafiosa de la mermelada, de colaboración armónica antes que “manejo”, de respeto a la oposición y a la protesta ciudadana, pero también de firmeza contra la corrupción y la violencia, no solo su gobierno será histórico, sino que este país veleidoso, comenzando por los medios, terminará valorando esa “revolución ética” que tanto se necesita. De lo contrario, si triunfan quienes le apuestan al fracaso de un gobierno renovador, a la persistencia de la polarización y al populismo promesero, el país entrará en un peligroso callejón sin salida frente a 2022. No olvidemos nunca el vecindario.
Nota bene. Una Navidad en paz para toda la familia colombiana.