Sentada en este balcón que da a la avenida Miramar, prima Caribe de la séptima vertebral, desguazo palabras cazadas al desgaire mientras miro el incesante sube y baja de una grúa pórtico, como un hola y un adiós del que son depositarios los cargueros y testigo decenas de barquitos empiyamados y anclados en la bahía.
Es que a veces las palabras hablan, pero no siempre porque palabreamos tanto con ellas que les quitamos el ánima, el espíritu, despojándolas de a poco del sentido hasta que son extrañas incluso para sí mismas.
Como empatía, una palabra desgatada por la cháchara de tanto coach y gurú dizque expertos en ponerse en los zapatos del otro pero que se meten literalmente en ellos para dejar al otro sin nada, porque no importa lo que el otro siente, el otro no es nadie, sino la cosa que siente, materia prima para propaganda, transformación cultural, campaña política e incluso, estrategia de tortura y tormento.
Como valor, porque mis valores son más valiosos que tus valores y ambos son unos absolutos irracionales que en el mejor de los casos levantarán una nueva cárcel moral, retahíla de dogmas creados en el escritorio del desocupado de turno donde muere la bondad y se inmola el corazón de los seres humanos.
Como perdón, que no es olvido ni rendición sino el más poético de los absurdos, como un peaje divino para poder continuar, que solo lo puede otorgar la víctima y nadie más y menos esas muchedumbres que hablan en nombre de la sociedad y otorgan perdones como Duque cruces de Boyacá.
Como diferencia, porque te podés distinguir, pero no mucho o sea podés cortarte el pelo, pero no tan así porque nadie como vos usa cuchilla número tres sin ser lesbiana o tener cáncer, recordá que la diferencia se puede normar, pero la alteridad no y ya te estás comportando como un otro.
Como inclusión, que nos es meter a todos en el mismo saco de la inequidad o peor aún, de la iniquidad, sino darles a todos la posibilidad de salir de ese costal o de nunca entrar.
Como ética, que en el entorno empresarial es un oxímoron porque la ética no da respuestas y es como pararse en la mitad de las páginas de Ficciones de Borges, en los párrafos de El jardín de los senderos que se bifurcan, sin saber qué hacer porque la ética solo exige responder a la necesidad del otro, de ese otro que la moral y su tracamanada de valores corporativos ha borrado de tajo.
Como brisa, llega la brisa y la abrazo y encuentro en su calidez una palabra que me abriga.