Pareciera que Colombia cada vez afronta momentos más críticos. Se termina un año incierto para entrar en otro que podría ser peor. Las reformas emprendidas por el gobierno de Petro no parecen solucionar nada; más bien, empeoran muchas cosas y hacen temer por el porvenir.
Estamos y nos sentimos a la deriva. Esto se palpa en las encuestas en que un alto porcentaje de colombianos expresa su deseo de irse del país. Asimismo, este año la caída en la tasa de natalidad fue aterradora, pocos quieren casarse y tener hijos a pesar de que cada vez son mayores las facilidades y las ayudas de ley desde la cuna. A una embarazada no la pueden despedir del trabajo y se hace acreedora a una larguísima licencia de maternidad remunerada. Luego vienen los jardines infantiles y el colegio atravesados con la palabra ‘gratuidad’ y acompañados del plan de alimentación escolar, también gratis, que es a lo único que van nuestros niños a las escuelas. Por eso es que su nivel académico es paupérrimo. Nuestros jóvenes no saben inglés, ni español, ni matemáticas, ni ciencias, ni artes, ni sociales, ni nada.
Después llegan a la universidad gracias a la ‘matrícula cero’: aquí el que no estudia es porque no quiere. Pero pocos aprovechan semejante gabela: “lo que nada nos cuesta, volvámoslo fiesta”. A nadie le llama la atención estudiar una semana entera para pasar un examen de matemáticas en una ingeniería. Ahora todos quieren ser ‘youtubers’ y tener un Ferrari a los quince días. Es mejor faltar a clases y largarse a tomar cerveza y fumar yerbita.
Y será peor cuando nos llegue la cultura ‘woke’ y reciban en las universidades, sin ningún mérito académico ni examen de admisión, a individuos que carecen de la más mínima preparación hasta para ser obreros de construcción, que es una labor muy seria. Ya en Estados Unidos abrieron esa Caja de Pandora.
Progresar socialmente se volvió en Colombia un objetivo sin ética. No solo emigran bandidos a delinquir en otras naciones en actividades como el tráfico de drogas, los prestamos gota a gota (con la muerte como mecanismo de cobro), la prostitución a escala y las bandas de ladrones de distintas especialidades, sino que ahora nos volvimos una fuente de ‘mercenarismo’.
Como si le faltara una cereza al pastel, a nuestros militares ya no les basta con pensionarse a los 20 años de servicio, con cualquier edad (muchos reciben su mesada antes de los 40 años), y complementar su situación económica con otro trabajo, como taxista, vigilante o tendero, sino que aceptan ofertas bien pagadas pero peligrosas para prestar servicios de seguridad en otros países.
Pelean guerras ajenas, como la de Ucrania y Rusia; cuidan narcotraficantes en México; custodian instalaciones petrolíferas en el Golfo Pérsico; combaten en Sudán, en Yemen, o donde sea, en favor de quien les pague y hasta asesinan presidentes, como en Haití. Es decir, si la plata es buena, nuestra gente hace lo que sea y hasta se hace matar.
Por lo menos no hacen parte de quienes roban a su propio país. La corrupción se volvió paisaje. El que no roba es porque es pendejo. Muchos funcionarios de la actual administración -el gobierno del ‘cambio’- están incursos en gravísimos hechos de corrupción. Y los turbios contratos con el Estado se comen el presupuesto. No hay castigo, nadie devuelve lo que se robó.
Es que la autoridad pasó de moda en todos los niveles. A los hijos no se los puede ni regañar. Se dispararon los feminicidios y los crímenes cometidos por jóvenes contra sus padres, sus tíos, sus abuelos… En eso quedó la familia. Los medios de comunicación jugaron su credibilidad y perdieron ante las redes sociales. La Iglesia se ahogó en casos de pederastia y hasta en connivencia con las guerrillas.
Son pocos los temas que hacen ver las cosas con optimismo. El país es manejado como una tienda de barrio. El pesimismo y la desazón son crecientes. El presente es complejo, el futuro es nebuloso. ¿Para dónde va Colombia?
@SaulHernandezB