Como era de esperarse, la(s) Farc también engatusó al Estado en lo referente a sus bienes.
El antológico inventario de los sartenes y tenedores se consolida ahora con los informes de la Superintendencia de Notariado.
Haciendo gala de su tradicional astucia torticera, los negociadores de La Habana calcularon que si el Petrosantismo continuaba en el poder, seguiría imperando la vista gorda.
Pensaron que, como miembros de esa coalición en ejercicio, podrían evadir cualquier responsabilidad y dedicarse a consolidar su proyecto hegemónico siguiendo el ejemplo del Frente Sandinista y del Socialismo Unificado.
De hecho, el caso Santrich demuestra que jamás se les cruzó por la cabeza romper sus vínculos con el narcotráfico.
Por cierto, empieza a hacer falta que se conozcan los datos que ya habrá sistematizado la justicia norteamericana para consolidar el nuevo perfil delincuencial del Grupo.
En tal sentido, se vendrán al piso sus pretensiones de mantener los sutiles nexos con las drogas al amparo de que, tratándose de una conducta conexa a la rebelión, pasa a ser perfectamente legítima para cualquier movimiento revolucionario en todo tiempo y lugar.
Asimismo, toda esta burla salta a la vista cuando se constata que no hay genuina reparación material a las víctimas y que, como es apenas obvio, no hay plena devolución de tierras y ganados a los verdaderos propietarios.
Por último, la(s) Farc tampoco entregó todo su armamento.
Aunque sus simpatizantes locales y globales se desvivan por demostrar que eso ya es parte del pasado, la historia de las caletas es, por sí misma, una novela sin fin, plagada de misterio, suspenso y terror.
En suma, si la(s) Farc pensaba que Colombia iba a conformarse con un inventario de tierras plagado de baldíos y que se reconociera como válida su ocupación armada, están completamente equivocadas.
Por el contrario, lo que toda esta evidencia demuestra es que el Grupo no ha respetado lo negociado con el complaciente gobierno anterior; que la justicia ordinaria tendrá que ocuparse de su inmediato futuro; que sus miembros no pueden estar en el Congreso y, lo que es más, tendrán que ser expulsados de la liga anticorrupción que se instaló tras la consulta en la Casa de Nariño.
En cualquier caso, ningún demócrata está dispuesto a seguir cayendo en el chantaje consistente en que, o se aceptan todos estos estropicios y desmanes, o la organización... “vuelve a echarse al monte”.
Al fin y al cabo, ¿Dónde están los cabecillas evadidos, cuyo paradero “no conoce” ni el propio Comité Central del partido? Respuesta: en el monte.
¿Y dónde están los centenares de “disidentes” que siguen haciendo parte de los poderosos y feroces frentes residuales? Respuesta: en el monte.