Todos los días suceden cosas alejadas del amor. Nosotros mismos podemos tener a diario actitudes poco amorosas. Estamos en prekínder, seguimos aprendiendo.
Estamos en un plano de vida perfecto en medio de su imperfección: esa es la paradoja que cotidianamente nos abraza. Cada jornada nos llegan noticias sobre asesinatos, violaciones, corrupción. Todo ello, al igual que lo maravilloso que también ocurre, hace parte de la existencia. Vibramos en la frecuencia del amor o no vibramos en ella: nos movemos entre esas polaridades, a veces más cerca a lo amoroso, a veces más lejos de él, pero la dinámica existencial en la que vivimos, esa mátrix que nos atrapa, tiene salida. Para encontrarla es preciso que cambiemos la vibración, pues somos energía.
Si nos mantenemos en una vibración baja, que puede ser propia, heredada transgeneracionalmente o rezago de encarnaciones anteriores, estamos expuestos a sintonizar con más frecuencias bajas: las del crimen, comprendido como todo aquello alejado de la consciencia del amor. Por ello no es casual que nos pase lo que nos pase; lo importante es no quedarnos atrapados en el miedo, la culpa o la rabia. Necesitamos vivirlas, pero podemos trascenderlas para aprender. En ello está la diferencia. Juzgar y condenar tampoco ayuda mucho, si en verdad nos damos cuenta de la mátrix y queremos hacer cambios sustanciales. Tener consciencia de esa realidad invisible que nos atrapa, la maya del budismo, es el primer paso para salir de ella.
Otra paradoja es que es lo que vivimos es real en este plano dimensional, pero ilusorio si nos conectamos con lo que verdaderamente somos, nuestra esencia, recluida temporalmente en el cuerpo físico. Nueva paradoja: somos un cuerpo temporal, pero a la vez no lo somos, pues si nos identificamos solo con la materia no avanzamos espiritualmente.
Entonces lo que nos suceda en el cuerpo tiene un propósito espiritual; mientras no comprendamos eso nos quedaremos atrapados en la emoción: el dolor por lo que pasó, la rabia por lo que ocurrió y -por ejemplo- quedó impune, el miedo a que se repita. Si seguimos vibrando en las frecuencias del miedo, la ira, el sufrimiento, la culpa, el juicio y la desesperanza, por más buena voluntad que tengamos de cambiar las cosas no lo lograremos. Seremos como el hámster que corre todo el tiempo en su rueda, pero no llega a ninguna parte. Para salir de la jaula, necesitamos cambiar de nivel, pues si nos mantenemos en el usual solo perpetuaremos todo aquello que condenamos. Puede ser políticamente correcto condenar el error ajeno, pero no sirve de nada en el proceso espiritual que existe, creamos en él o no. Podemos ampliar la consciencia y ver otras realidades que usualmente no vemos.