El showcito mediático de la semana corrió por cuenta del más veterano periodista colombiano, Yamid Amat, quien se puso a jugar con candela y salió quemado al pedirle a una de sus presentadoras del chistocito 1,2.3 que se persignarán frente a la cámara dizque para "acentuar una información, que no era sobre creencias religiosas", con tan mala suerte de que Cathy Bekerman profesa con solidez una fe, la judía, y no dio el brazo a torcer.
Pero la explicación de Yamid Amat es cantiflesca: “Una instrucción mía, para acentuar una información, que no era sobre creencias religiosas, provocó una reacción de rechazo de parte de mi compañera Cathy Bekerman. Como siento que afecté, sin que ese fuera mi propósito, sus convicciones religiosas, le presento excusas públicas. Tanto la comunidad judía como las demás organizaciones de carácter religioso recibirán siempre, de parte mía, un tratamiento de respeto”.
Está bien que se excuse; pero ¿para congraciarse con la comunidad judía, a la que pertenece uno de sus mayores socios, bien vale la pena irrespetar a la comunidad católica? Porque la Santa Cruz no es un signo de exclamación ni el equivalente a interjecciones para acentuar chismecitos políticos. Amat pudo sugerir usar: ¡Ah! (asombro); ¡Bah! (desprecio); el muy cachaco ¡Caray! (sorpresa); ¡Cáspita! (contrariedad); ¡Guau! (asombro); ¡Hurra! (alegría); ¡Puf! (contrariedad) o el sonoro ¡Yupi! (alegría). Pero no la señal de la Santa Cruz.
Así que Amat no solo ofendió a Cathy Bekerman sino a 45,3 millones de bautizados en esta religión reconocidos por la Santa Sede. Porque pese a la aparición en las últimas décadas de nuevos credos en Colombia, el catolicismo domina el escenario religioso del país. Según el estudio del sociólogo William Mauricio Beltrán, docente de la Universidad Nacional titulado Del monopolio católico a la explosión pentecostal (2013), siete de cada diez colombianos son católicos.
En la Colombia tibia y blandita, temerosa, que camina sobre cáscaras de huevo para no ofender a ninguna minoría, se lastima sin pena alguna a quienes no pertenecen a minoría alguna: como lo hizo Yamid Amat con nosotros los católicos; porque la Señal de la Santa Cruz le vale huevo a Amat, a menos claro, que se lucre con ella; no por otra razón el Canal del que es socio cubrió la visita Papal.
Sé que los Católicos no revirarán, porque se volvieron vergonzantes y porque a diferencia de los Protestantes (llamados sin razón Cristianos) no detentamos en manada poder político ni electoral; tampoco se nos atribuye en combo ser dueños de un sector equis de la economía, como se dice de la Comunidad Judía; por eso pasamos de agache.
En el nombre del padre, del hijo y del Espíritu Santo, yo, que estoy curada de espanto porque toda la vida he tenido que excusarme por ser católica, conservadora, burguesa, heterosexual y de derecha, me permito pedirle a Yamid Amat respeto por nuestra fe.
La Señal de la Cruz no es un chiste para cerrar su 1, 2, 3, sino un acto de virtud, que hacemos con devoción. Como en el poema de Santa Teresa de Ávila: “En la cruz está la vida y el consuelo, y ella sola es el camino para el cielo. En la cruz está el Señor de cielo y tierra”.
Con la cruz, pues, no se juega. No es bueno para sus socios judíos ni para su teleaudiencia católica.