La culpa del violento ataque del 29 de septiembre contra la revista Semana, efectuado por un grupo de indígenas importados desde el Cauca por Gustavo Petro para participar en su costosa y ficticia manifestación en la Plaza de Bolívar dos días antes, recae directamente sobre Petro.
Así lo entendemos los colombianos, pero es importante que la prensa internacional también lo entienda así. Esa prensa que hoy calla ante los excesos de Petro, el aumento de la violencia, los asesinatos de líderes comunales, de firmantes de la paz, de cultivos de coca y del poder de carteles y disidencias, será culpable de la destrucción de la democracia colombiana.
Esos medios que hoy no apoyan a los medios colombianos, esa prensa internacional silenciosa será culpable de la muerte, desaparición o secuestro de los periodistas, sus colegas, hoy amenazados.
Lo de Semana fue un ataque directo contra la libertad de prensa, contra la democracia colombiana, contra la paz y la concordia por la que tanto hemos luchado. Violencia incitada por las mentiras, acusaciones e insultos irresponsables del presidente colombiano. Porque, una cosa es informar una noticia, como lo hacen los periodistas y otra es insultar a los periodistas por Twitter, o azuzar a los “furipretistas”, siempre dispuestos a amedrentar a los opositores de Petro con actos violentos.
El ataque de indígenas ataviados con sus trajes típicos, con un libreto de insultos y acciones muy coreografiadas, fue el resultado directo de los incendiarios y constantes insultos de Gustavo Petro y su jauría encabezada por los “boots” y los personajes de las “bodegas” pagados para vomitar insultos a diario en las redes sociales contra quien se atreva a atacar a Petro, su gobierno o, mejor decir, su desgobierno, y a sus “enmermelados” incondicionales.
Petro trae la llama del odio, el insulto, la discordia y la división entre clases en cada discurso. Este hombre quiere envenenar a los colombianos unos contra otros. Esa parece ser su prioridad; acabar con la unidad y la concordia de los colombianos y, por desgracia para Colombia, lo está logrando.
Es evidente que mientras asegura querer diálogo, lo que quiere es la sumisión de todos. Odio es lo que predica. Eso queda claro con los epítetos que inventa cuando llama a los dueños de las tierras, los comerciantes e industriales, “esclavistas”, cuando son precisamente ellos los que crean industria, trabajo, progreso y riqueza para el país.
Hemos visto a los trabajadores de los ingenios defender a sus patronos durante las invasiones de sus predios, cada vez más agresivas y peligrosas.
Esa clase media, denigrada constantemente por Petro, esos millones de colombianos que han salido de la pobreza y hoy tienen una vida mejor debido a su trabajo, se lo deben en gran parte a quienes Petro, con su resentimiento y odio llama “esclavistas”. ÉL quien nunca ha creado una industria, ni siquiera un negocito, o una granja productora de comida que dé empleo a una o miles de personas.
Petro, quien en su juventud se fue al monte a echar bala, matar, secuestrar y torturar, disque para solucionar los problemas del país, hoy, como presidente “tira la piedra y luego esconde la mano”, pretendiendo incendiar al país llevando a los colombianos por caminos de odio y violencia.