El año que comienza trae buenos augurios. Se vaticinan a partir de esta semana hermosos episodios astronómicos, con eclipses de sol y de luna, lluvias de estrellas y meteoros, fenómenos siderales que por su belleza nos hacen pensar nuevamente que este mundo no vio la luz a punta de golpes bestiales de unos planetas contra otros, sino que tuvo que ser fabricado por un portentoso Arquitecto.
Y en el orden nacional, este país creo que empieza a ver la luz al otro lado del túnel: tenemos a un buen presidente en Casa de Nariño, se le han propinado fuertes golpes a las mafias, se está diseñando una estrategia contra la corrupción y el narcotráfico, se empiezan a ver condenas como la del Fiscal Anticorrupción, Gustavo Moreno -exigua, valga decirlo- pero al menos ya “amenazó” con revelar más de una veintena de nombres enredados con los carteles de la toga, del derecho y de la política y va tener que lucir de manera permanente ese casco militar y poderoso chaleco antibalas, como se le vio en su turno de extradición, porque sus declaraciones van a sacar canas a más de un involucrado.
Pero no podemos ser tan pesimistas como el maestro del periodismo y escritor, don Juan Gossaín, que en su dramática radiografía plasmada en su crónica de esta semana en El Tiempo llegó a la conclusión de que el nuestro “era un país de ladrones”, porque a tamaña afirmación hay que contraponer las palabras del Papa Francisco en su viaje por estas tierras del Sagrado Corazón: “Mientras exista una sola persona buena, todavía hay esperanza”, mi estimado don Juan. Pero claro que aterran las cifras y los informes de Transparencia Internacional y Transparencia por Colombia, que en estos dos años ha venido investigando 327 hechos de corrupción registrados por los medios de comunicación. Pero se empiezan a ver los resultados. La corrupción no es un mal exclusivo de Colombia, ni es que sea “inherente a la condición humana”, como dirían los contratistas Nule -como queriendo cubrirse con el manto de la generalidad- ni menos podemos reducirla a sus “justas proporciones”, como alguna vez lo vaticinara el presidente Turbay.
Hace poco referíamos en esta columna que ni La ONU ni la Fifa han podido librarse de los escándalos de corrupción: el hijo de “Coffee” Annan, Kojo, fue sindicado de recibir 300 mil USD de una compañía suiza que obtuvo un contrato que llegó a sobrevalorarse, en virtud del acuerdo iraquí Petróleo por Alimentos y después, en tiempos del penúltimo Secretario General, el coreano Ban Ki-Moon, una valiente funcionaria anticorrupción del organismo renunció y denunció su “deplorable” gestión. Es un fenómeno internacional y en nuestros predios recordemos que Tola y Maruja descubrieron que Odebrecht había logrado unir a América Latina, cosa que no había podido lograr el Libertador Bolívar. Y siguen cayendo presidentes y prestantes personalidades y contratistas: en Perú ya van tres exmandatarios y el Fiscal General destituyó a dos fiscales que estaban investigando más de la cuenta… y lo que falta. Pero al menos las noticias de la corrupción están saliendo a flote y habrá algún día, ojalá no muy lejano, cuando “quien la hace la paga”.