Ayer, como todas las madrugadas (aunque llueva) caminé por el sendero donde se ve la escultura del Hermano Francisco de Asís, Santo de la pobreza, la mansedumbre y la paz e hice escala obligada para rezar y agradecer nuevamente al hombre por haber recreado la historia el Pesebre, por allá en una gruta de Greccio, Italia; y esta noche habremos de recordar que cuando allí las familias estaban reunidas alrededor de las chimeneas en sus hogares, ocurrió un milagro: las campanas de la iglesia empezaron a replicar solas, sin permiso ni ayuda de ningún monaguillo y el párroco del pueblo ni siquiera había musitado palabra sobre celebrar Misa de Gallo y, en lo alto de la montaña, emergió la escuálida figura del Santo quien empezó a llamar a la asustada feligresía para que subieran rápido y presenciara, en vivo, el Pesebre de la Natividad, al que llegaron a tientas, alumbrando el sendero con antorchas en una noche fría y oscura, y al punto cayeron de rodillas al ver el replay magistral del magno evento, como trasportados a Belén de Judá; y llegaron los regalos, villancicos, el buen vino, las viandas y colaciones para celebrar y compartir.
Esta tradición jamás se perderá y, además, cada año tomará más fuerza y en torno del hogar -dulce y cristiano hogar familiar que los progresistas quieren pulverizar, por cuestión política- habremos de reunirnos para dar gracias al Señor por el mayor de sus milagros, enviarnos a su hijo humanado, nacido de las entrañas de la Virgen María, para salvar a la humanidad, aún a sabiendas del suplicio y crucifixión que se le venían por delante, por causa de la maldad del hombre, muestra de la implacable decisión del Creador por garantizar a sus criaturas el derecho a la libertad…aún para asesinarlo y clavarlo en una cruz.
Flaco servicio prestaríamos en propagar rivalidades injustas frente al original obispo católico turco San Nicolás de Mira (llamado luego Santa Claus o Papá Noel), que vivió en el siglo IV D.C, personaje al que pintaron de rojo, le agregaron carnes, barba blanca y cachetes para hacerlo lucir más generoso y bonachón, del que se apropiaron los anglosajones y lo montaron en un trineo tirado por renos desde el Polo Norte para llevar regalos a los niños, que metía a las casas por las chimeneas.
Mucha imaginación, pero también estrategia comercial para promover las ventas y el jolgorio, lo mismo que ocurre con la fiesta propiamente cristiana. Pero nuestro Niño Dios es único e indestronable: Él es, en sí, el mayor regalo del Padre a sus hijos y los presentes que primero le llevaron fueron oro, incienso y mirra. San Nicolás lo que hizo fue replicar la entrega de regalos y dulces a los niños, en tal fecha, cosa que deberían hacer todos los obispos y curas del mundo para conmemorar el acontecimiento.
Post-it. Qué dura esta primera Navidad sin Rodrigo, nuestro hermano del alma. Hoy rezaremos una oración por todos los pacientes covid, por quienes perdieron la batalla, por quienes la han ganado, y por sus seres queridos, víctimas todos del temible flagelo. Que el Niño Dios guarde y proteja a la humanidad en esta época tan difícil.
¡Feliz Navidad!