Por P. Juan Pablo Méndez | El Nuevo Siglo
Domingo, 8 de Febrero de 2015

SAN MARCOS 6, 14-29

Muerte de Juan el Bautista

Se  enteró el rey Herodes, pues su nombre se había hecho célebre. Algunos decían: «Juan el Bautista ha resucitado de entre los muertos y por eso actúan en él fuerzas milagrosas». Otros decían: «Es Elías»; otros: «Es un profeta como los demás profetas». Al enterarse Herodes, dijo: «Aquel Juan, a quien yo decapité, ése ha resucitado». Es que Herodes era el que había enviado a prender a Juan y le había encadenado en la cárcel por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo, con quien Herodes se había casado. Porque Juan decía a Herodes: «No te está permitido tener la mujer de tu hermano». Y llegó el día oportuno, cuando Herodes, en su cumpleaños, dio un banquete a sus magnates, a los tribunos y a los principales de Galilea. Entró la hija de la misma Herodías, danzó, y gustó mucho a Herodes y a los comensales. El rey, entonces, dijo a la muchacha: «Pídeme lo que quieras y te lo daré». Y le juró: “Te daré lo que me pidas”. Salió la muchacha y preguntó a su madre: «¿Qué voy a pedir?» Y ella le dijo: «La cabeza de Juan el Bautista». Entrando al punto adonde estaba el rey, le pidió: «Quiero que ahora mismo me des, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». El rey se llenó de tristeza, pero no quiso desairarla a causa del juramento y de los comensales. Y al instante mandó el rey a uno de su guardia, con orden de traerle la cabeza de Juan. Se fue y le decapitó en la cárcel y trajo su cabeza en una bandeja, y se la dio a la muchacha, y la muchacha se la dio a su madre. Al enterarse sus discípulos vinieron a recoger el cadáver y le dieron sepultura.

***

Meditación del Papa

Juan el Bautista comenzó su predicación en el período del emperador Tiberio, en el año 27-28 d.C., y la clara invitación que dirige a las personas que acudían a escucharlo, es preparar el camino para acoger al Señor, para enderezar las sendas torcidas de la vida a través de un cambio radical del corazón. Pero el Bautista no se limita a predicar la penitencia, la conversión, sino que, reconociendo a Jesús como el "Cordero de Dios" que vino a quitar el pecado del mundo, tiene la profunda humildad de mostrar a Jesús como el verdadero Mensajero de Dios, haciéndose a un lado para que Cristo pueda crecer, ser escuchado y seguido. Como nota final, el Bautista testifica con la sangre su fidelidad a los mandamientos de Dios, o sin ceder o darle la espalda, cumpliendo hasta el final su misión. San Beda, monje del siglo IX, en sus Homilías dice: San Juan por (Cristo) dio su vida, a pesar de que no recibió la orden de renegar de Jesucristo, le fue ordenado solo callar la verdad. Y no calló la verdad y por eso murió por Cristo, quien es la Verdad. Justamente, por el amor a la verdad, no reduce su compromiso y no tiene temor a dirigir palabras fuertes a aquellos que habían perdido el camino de Dios. (Benedicto XVI, 29 de agosto de 2012). Fuente: Catholic.net