Hasta donde sé, Colombia nunca había tenido tantas situaciones de crisis simultáneamente. Crisis política con su correlato en la gobernabilidad: sin ahondar en toda su dimensión, el presidente Duque se quedó aislado hasta de su propio partido y hasta el momento ni siquiera ha sabido, o podido, colocarse el flotador que le lanzó el presidente del partido liberal.
La crisis socioeconómica es la más pronunciada de que se tenga noticia en un país caracterizado, entre otras, por su estabilidad económica: altísimo desempleo, informalidad superior al 50%, pobreza en las ciudades disparada, deuda pública en dirección al 65% del PIB y el déficit fiscal aumentando. Crisis en la seguridad interior por una combinación explosiva de narcotráfico, crimen organizado, disidencias y reincidencias de las Farc, y un Eln oxigenando su causa subversiva.
Y, por si fuera poco, hay una crisis en lo internacional: ni en los peores momentos del narcoterrorismo y el proceso 8.000 la imagen del país se había visto tan afectada como en estos días de paro. Hasta tal punto estamos perdiendo prestigio, que hemos sido titular de primera página en los principales medios de comunicación de los países occidentales empezando por los EE.UU.
Sin embargo, están empezando a surgir, o a hacerse más visibles, liderazgos y propuestas desde una sociedad civil todavía vital, para salir de la maraña de situaciones de crisis. Y mantenemos en un buen nivel la libertad de expresión, hasta el punto en que incluso toleramos, hasta ahora, medios de comunicación que se han dejado llevar por el activismo ideológico plasmándolo en titulares o carátulas incendiarias.
Ahora bien, como la política no lo es todo, pero gravita en todo, para que las distintas iniciativas y propuestas puedan canalizarse adecuadamente hacia la superación de las situaciones de crisis, hay un requisito “sine qua non”: un ambiente político menos crispado, en lo cual el papel que juega el empleo de la palabra- especialmente en las redes sociales y en los medios de comunicación- es decisivo, puesto que aquella puede servir para incendiar y confundir o para iluminar y calmar. Y, claro está, necesitamos más antorchas que iluminen y no que quemen. Los políticos que aún creen más electoralmente rentable a la candela que a la luz, recibirán baldados de agua fría en las próximas elecciones.
Y, hay que decirlo, si puede y quiere, el presidente está retardado en decirle a consejeros como el de seguridad, algo similar a lo que el Rey Juan Carlos le dijo a Chávez hace años: ¿Por qué no te callas? Es más, citando a Álvaro Gómez y antes de que el ministro Molano diga algo relacionado con el régimen venezolano, Duque podría recordarle que “empuñar la piqueta de la demolición cuando las cosas se están cayendo por sí mismas es la más mediocre de las actitudes políticas”.
En fin, urge al país dejar de escuchar a Petro decir “el Jefe de Estado dio la orden para la matanza…” Y a Guarín “el congresista sueña con matanzas, las anhela, lo excitan…”