Estamos a veces tan preocupados por la vida que no nos ocupamos en ella. Solemos enredarnos en miedos, rabias, dolores, frustraciones, construimos nuestras propias marañas. Si somos lo suficientemente atentos a las señales de la vida, iremos desatando esos nudos, trabajando por nuestra armonía interior y con los demás. Si vamos cada día siendo más conscientes de que estamos hechos de amor, como los otros, como lo otro, serán mayores los momentos de gozo que los de amargura. Si tenemos un poco más de atención en nosotros mismos, el viaje de la vida será más llevadero y comprenderemos el sentido profundo de las subidas y las bajadas, de lo que llamamos éxito o fracaso, que no son más que experiencias vitales de aprendizaje profundo. Por más divertidos o asustados que vayamos en la montaña rusa de la vida, el viaje termina, generalmente en forma sorpresiva. Los días, los años, van pasando y cada día estamos más cerca de un hecho tan vital como nuestro nacimiento: la propia muerte.
Muchas personas piensan en ella con miedo, angustia. Otros la miran con desdén, tal vez sin darse cuenta de que están despreciando también la vida. También hay quienes la tienen reconocida en su cotidianidad, tal vez por la partida de un ser querido o por estar atravesando una enfermedad terminal, y a su vez la pueden mirar con temor pero también con resignación y tranquilidad. Igualmente, podemos ver a la muerte como parte del paisaje, pues muchos mueren cada día como nos lo muestran las noticias y los obituarios. Pero de ahí a reflexionar sobre nuestra muerte y reconocer que nosotros somos responsables de cómo haya de suceder, hay un trecho bastante grande. Sí, somos responsables de ella y es necesario incluirla en nuestros planes de retiro.
¿Cómo ir preparando la muerte? Creo que es necesario verla como la puerta hacia la trascendencia, la graduación de uno de los innumerables cursos que haremos a lo largo de la existencia. Como lo opuesto al miedo es el amor, en la medida en que procedamos en amor con acciones bellas, pensamientos verdaderos y sentimientos bondadosos, el miedo a la muerte se irá disipando. Además, es indispensable ir corrigiendo nuestras equivocaciones, dejar de juzgarnos y juzgar. Si nos damos cuenta de que en realidad Dios es amor, si soltamos las construcciones que de la Divinidad hemos hecho a nuestra imagen y semejanza, pues quienes juzgamos y condenamos somos nosotros, si por fin reconocemos que no hay pecado sino errores que nos sirven para aprender, la muerte no será vista como un castigo. Nuestra muerte será consecuencia de nuestras acciones, de esta y anteriores encarnaciones. Podemos irla preparando, en amor, aquí y ahora.