El domingo pasado el Presidente de la República anunció que el Gobierno había alcanzado un nuevo acuerdo con el grupo terrorista de las Farc, después de la derrota en las urnas del plebiscito el 2 de octubre pasado. A pesar de los múltiples anuncios cargados de mensajes esperanzadores por parte de funcionarios del Gobierno, tales como Humberto de la Calle, o de parlamentarios afines a la misma causa, mucha extrañeza dejó el momento del anuncio.
Pensemos. El Gobierno negoció por algo más de cuatro años con las FARC, pero al ser rechazado el acuerdo en el plebiscito refrendatorio solo le destinó algo más de un mes para atender e integrar las propuestas de los voceros del No. De lo anterior surge un inquietante interrogatorio ¿Por qué la paciencia con los unos, y para los otros afán y presiones?
En privado, personas cercanas al gobierno de Juan Manuel Santos dicen que en Palacio quieren tener el acuerdo firmado antes de que le entreguen el premio Nobel de Paz al Presidente el próximo 10 de diciembre.
Lo anterior genera una gran preocupación ya que el delicado momento por el cual pasa el país no debe estar sujeto a vanidades o intereses del presidente de turno. La democracia colombiana se manifestó dejando claro que no estaba de acuerdo con lo acordado en La Habana y esta decisión no puede ser desconocida por complacer a una comunidad internación expectante.
Pero da la impresión que la mesura que requería entender y aplicar el mandato que dieron los votantes improbando los acuerdos dio paso a la premura por tener algo firmado en la suntuosa ceremonia en Oslo.
Satisfacer la vanidad del Presidente por encima de la necesidad de tener justicia material en oposición a impunidad para los máximos responsables de delitos de lesa humanidad debería haber sido un imperativo. Hacerle entender a los negociadores de las Farc que tenían que hacer su transición hacia la democracia respetando el mensaje que les dieron tanto el uribismo, sectores conservadores, iglesias cristianas y los demás representantes del No, no era solo un mensaje democrático, era una lección de grandeza política.
Mirando los tiempos que se tomaron desde el pasado 2 de octubre hasta el 13 de noviembre, es claro que la renegociación del acuerdo estuvo presa del Nobel. Sí era posible un mejor acuerdo, pero solo en los tiempos que dictaba la inmodestia que caracteriza al Presidente.