El gesto de poner el dedo en la llaga es de por sí un acto de valor. La verdad es dura, afirmó Ramiro de Maetzu, en su polémico libro “Defensa de la hispanidad”, primero para el que la averigua, después, dura para los que la oyen y por último, y de rechazo, dura para quien tiene el valor de decirla. Ningún pueblo gusta de oír verdades desagradables”.
Hay que tener el coraje moral de señalar males. Las enfermedades no hay que aceptarlas como una fatalidad. Tal actitud ética, significaría tolerar prejuicios irreparables. La posición intelectualista de, “perdono porque comprendo”, de Anatole France, no es tan solo en el terreno espiritual una droga oriental con que se anestesia y destruye a un pueblo, sino que es objetivamente falsa. Hemos de querer a nuestra patria tal como es, pero no quererla por ser corno es, pues entonces seguiría siendo eternamente así. Pero el hecho de que sea como es, tampoco ha de movernos a no quererla. Quererla como es, sería horrible; no quererla por ser como es, sería horrendo. A la patria hay que quererla arbitrariamente, como las madres quieren a sus hijos y las mujeres a los hombres; tenemos que querer a Colombia con amor trascendente.
Es notable la constante con que se muestra en la producción literaria colombiana, -y también la historiográfica y sociológica, desde el momento en que puede considerarse que estas disciplinas adquieren desarrollo autónomo-, un arraigado sentimiento de insatisfacción, de desaliento, causado por la comprensible renuencia del escritor a someterse a determinado orden de cosas, sino por la franca desesperación surgida de lo que suele llamarse visión de la realidad nacional. Con esta frase hecha, se alude a una rápida operación mental, supuestamente crítica, que valora el estado general del país, refiriéndolo a un esquema, añorado o soñado, casi siempre escandalosamente prejuicioso y personal.
Este sentimiento general de insatisfacción con respecto a Colombia, entendida ésta como una sociedad llegada a un determinado momento histórico, ha figurado entre los más arraigados conceptos manejados por pensadores, dirigentes políticos, intelectuales y catedráticos.
Es posible seguirlo como una ininterrumpida cadena que nace en los comienzos de la Colombia independiente y se extiende a lo largo de toda la vida republicana. Salta del manifiesto partidista al editorial del gran periódico, entristece el poema, gravita en la novela, trascienden en todo esfuerzo reformador, regenerador, restaurador, rehabilitador. Basta recorrer las mismas páginas de Bolívar para encontrar análisis amargos y vehementes. Caldas elaboró maravillosos estudios sobre el país y su gente, con indiscutible penetración crítica.
Los incesantes esfuerzos de escritores y pensadores por comprender y explicar nuestra realidad, y por hallar palancas capaces de transformarla, constituyen la mejor muestra de preocupación por el porvenir de un país que ha sido visto siempre como viviendo un presente negador de sus posibilidades. Por eso, cuando se ha querido insuflar ánimo a los colombianos, se ha pensado que la mejor manera de consentirlo es poniéndolos ante una realidad objetiva, que difiere mucho de la realidad deseada o anhelada.
El desvelo por lo colombiano que todo político pretende monopolizar, todos son muestras de una actitud ante Colombia y lo colombiano que, en su aspecto más exterior y común, denota insatisfacción, desaliento, angustia de un porvenir que tarda en realizarse.
No en balde en la política por lo alto y en el terreno de la demagogia, abundan los salvadores.