A punta de latido | El Nuevo Siglo
Lunes, 30 de Septiembre de 2024

Hace unos días hice algo increíble, porque incluso para mí es difícil de creer que haya participado en un campeonato mundial de natación con aletas. Lo cierto es que lo hice y ahora intento descifrar qué fue lo que pasó. ¿Cómo es que esta historiadora, que escribe y toca el chelo, que lleva una vida entera sumergida entre libros, archivos y bibliotecas, y que nunca practicó ningún deporte, termina en Francia nadando junto a deportistas expertos?

Desde siempre supe que era feliz en el agua. Crecí entre los ríos Caroní y Orinoco, muy cerca de su desembocadura al mar Caribe. En aquel mundo de mi infancia, nadar era tan natural como caminar. Por eso, justo en medio de la pandemia y de mi propia crisis existencial, al decidir que iba a practicar un deporte, opté por la natación. Además de gustarme, pensé, tiene que ser bueno para mi dolor de espalda. No tenía cómo imaginar todo lo que iba a aprender con intentarlo.

Cuando le pedí al profesor William Peña que me aceptara en su club, ni siquiera sabía que la natación con aletas era una disciplina diferente de la natación clásica. Este es un deporte subacuático, todo en él ocurre debajo del agua y eso es lo que ha resultado tan atractivo para mí.

Aprendí a usar el snorkel y a impulsarme con las aletas. Respirar, que es lo mismo que existir, se volvió un acto consciente. Empecé a pasar cada vez más tiempo bajo el agua, y lejos del ruido, del afán y de las pantallas, me instalé en el presente como nunca antes lo había hecho.

En estos tres años, hice la cuenta, he estado sumergida 504 horas. Lo más complicado no ha sido levantar el codo al dar la brazada, ni hacer apnea, ni ondular con la cadera, que me cuesta mucho; ni hacer el giro de rechazo, que me tomó un año entero en aprender. No. Lo más difícil ha sido defender cada minuto que he dedicado a esta actividad, sin que medie ninguna otra razón que divertirme.

Trazar el límite de mi propia felicidad, abrir un hueco en la mitad del día y deslizarme hacía otra dimensión ha sido el gran aprendizaje. Al final, he entendido que no pasa nada si desaparezco un par de horas al día. Esta consciencia de ser prescindible para los demás me ha hecho dueña absoluta del tiempo y, sin duda, alguien más libre.

Ir al Campeonato Mundial Máster de Natación con Aletas, en aguas abiertas, fue mi premio. Esta modalidad, amateur, no requiere pruebas clasificatorias previas ni implica representación alguna. Cada quien va por sus propios motivos y tras sus propios objetivos. Es la libertad hecha brazada. Fuí. Competí por primera vez en mi vida, nadé 3.000 metros en el mar mediterráneo, conocí gente maravillosa, aprendí mucho y fui profundamente feliz. Lo increíble no fue nadar en Marsella, lo increíble fue haber descubierto qué tan lejos puedo llegar si me impulso siempre con la fuerza del corazón.

@tatianaduplat