Después de varios años escribiendo esta columna, he decidido dar un tiempo de reposo a la pluma. Los tiempos que corren nos están llevando a tener que estudiar mucho, reflexionar, confrontar y ser muy sabios cuando escribimos o decimos algo en público. Son tiempos confusos. Tiempos en que todo ha sido puesto en duda, en cuestionamiento. Son días en que la verdad, porque la hay, ha sido maltratada como pocas veces en la historia.
Existe una opinión pública bastante irracional, emotiva, incapaz de reflexión y autocrítica y que esconde con poco disimulo mucha violencia. El escritor puede caer en la tentación de consignar mil pensamientos en un día, lo cual sería, sobre todo, signo de que no hay reflexión suficiente, análisis ponderado, sino puro mercado de ideas más bien flojas y superficiales.
Por otra parte, creo que en Colombia vienen tiempos difíciles, demoledores, caóticos y de venganzas también conceptuales. Las sociedades tienen épocas de locura colectiva, como si todos estuvieran borrachos. Me parece sentir que a eso se aboca ahora el país. Y todos sabemos lo inútil que es hablar con quien no está en sus cabales. Quizás lo mejor sea retirarse a los cuarteles de invierno, una biblioteca, por ejemplo, para pensarlo todo de nuevo. También para tomar un puesto en el balcón de la historia y atisbar qué es lo que va a realizar la compañía nueva que nunca había subido al escenario de las presentaciones. Y, en lo posible, tratar de entender la nueva trama que, por lo demás y según lo que anuncian los folletines de propaganda, en el fondo nada tiene de nuevo y sí mucho de loa antiguo que ha hecho sufrir a la humanidad. En fin.
Pero quiero también darle descanso a la pluma para reflexionar desde la fe sobre lo que acontece hoy en día en el entorno que nos ha tocado en suerte vivir. Estoy convencido de que Dios siempre está presente en la historia porque Él también va escribiendo la suya en medio de las mil vicisitudes de la vida humana. Y esta caligrafía divina es mucho más interesante que la nuestra, la de los hombres y las mujeres de todos los tiempos, que apenas sí alcanza a ser de alguna importancia en el devenir del universo infinito. Y no se piense que la historia que Dios escribe es menos agitada que la de los humanos.
Finalmente, no dejamos esta página sin agradecer al diario EL NUEVO SIGLO y a su director, Juan Gabriel Uribe, el haberme hospedado por más de diez años en sus páginas editoriales y rodeado de escritores muy ilustres y de un uso muy bien logrado de la lengua castellana, cosa que para mí tiene especial valor. Esperamos que el invierno que llega no sea demasiado largo.