¿Qué pasa con la vía al llano? | El Nuevo Siglo
Domingo, 25 de Febrero de 2024

Tuve que ir a Villavicencio y de regreso a Bogotá, una región que tanto ustedes como muchos colombianos conocen, en especial los llaneros y sus ancestros, pero sobre todo, que hace parte fundamental de querencias antiguas de nuestra apreciada llanura.

Son solo 85 kilómetros de vía que separan a un territorio constitutivo de la mitad de la Nación de la capital de la República. Horizontes sin límites, atardeceres inolvidables, afectos sin liquidar; temas todos ellos tan trillados que hacen que las tragedias anunciadas hayan perdido su vigencia. Déjenme mencionar un desastre desde todos los aspectos de una obra que en manos de depredadores del medio ambiente han dilapidado el capital del recurso del ahorro colombiano, en una elefantiásica obra que, como las pirámides de Egipto, pasaran como monumentos a las creencias fallidas en manos de los monarcas que pensaron más en el culto a su memoria que en la utilidad de un esfuerzo encaminado a conectar una Nación.

A los pocos días de que el 75% de la obra se diera al servicio del viajero, fue posible observar la magnificencia del cemento y el acero reinando sobre un paisaje que sepulto por su grandiosidad; puentes, túneles, viaductos, desvíos, dobles calzadas y una infinidad de elementos plásticos de alerta que presagiaban lo que sucedería poco después. En efecto, uno de los 46 puentes, esto es el colgante (atirantado) más largo de la vía y denominado “Chirajara”, con 446 mt. de largo sobre una altura de 288 mt, colapsó el 15 de enero del 2018. La tragedia dejó un primer balance de 9 fallecidos y 8 heridos, de los cuales tres quedaron incapacitados de por vida. Esto, además de las cifras de lucro cesante y daño emergente que aún los colombianos desconocemos.

A lo anterior se suman los muchos otros colapsos que en repetidas ocasiones se presentan. Hemos visto caídas de puentes por errores de cálculo en los caudales que sobrepasan (paso naranjales), grietas en los túneles conectores del nuevo Chirajara que ya inauguraron pero que tardará al menos dos años en darse al servicio, la incapacidad de los túneles antiguos en dar servicio adecuado a las exigencias de los nuevos tráficos y la parálisis del tramo entre la salida de la capital y el ya nombrado paso de naranjales que entendemos que había sido adjudicado y sobre el cual no se conoce la razón para que no se iniciaran las obras.

A esta preocupante realidad se suma una ausencia total de las autoridades de tránsito en el control y guía a los viajeros que a pesar del riesgo a sus vidas transitan por lo que queda de la vía. Los anuncios de limitación de tránsito indican, para aumentar la indefinición, que la ruta es bidireccional, sin otra explicación ni guías humanas que lo aclaren, solo una interminable muestra de “maletines”, “conos” y “luces de peligro” en algunos tramos, cuando en realidad el riesgo existe desde la salida del origen hasta un destino, que a pesar de la corta distancia toma más de ocho horas para recorrer.

Finalmente, luego de cientos de conflictos entre camiones, autos y miles de motos que contribuyen al desorden, pitos y sirenas, merecedoras más de una serie de terror, se llega paulatinamente a las tres estaciones de pago de los peajes, los más costosos del país, que a pesar de la inexistencia de la vía se siguen cobrando en los dos sentidos.

Pobre llano señalaba un propietario de un vehículo y quiero extender esa frase a pobre Colombia a la que los contratistas violan en lo más preciado de nuestra realidad, nuestros paisajes y nuestras necesidades