Tal vez desde unos minutos después de la creación del ser humano se están haciendo intentos por convertirlo en otra cosa muy diferente a lo que Dios tenía pensado. El buen Dios hizo un ser a su imagen y semejanza, es decir, capaz de amar, inclinado originalmente al bien, feliz de estar en buenas relaciones consigo mismo, con los demás, con la naturaleza y desde luego con Él también. Pero, por la tarde, cuando Dios salió a darse su vueltica por el paraíso para tomar el fresco y contemplar el ocaso del sol, ya su magna creación estaba haciendo estupideces y haciendo relajo detrás de unos arbustos. Y no se ha cansado el ser humano, con la ayuda infaltable de ángeles rebeldes, de tratar de deshacer lo que Dios hizo, con las debidas consecuencias.
Es impresionante lo que cada vemos y sentimos acerca de cómo quieren, en últimas, deshacer lo humano para, quizás, instaurar algo aún desconocido en su reemplazo. Este intento tiene su primer golpe en la incansable tarea de tratar de que no nazcan más seres humanos y de tratar de destruir a los que vienen en camino. Se prolonga en un intento de animalización que quiere poner instintos de todo orden por encima de cualquier signo de condición superior dada por la semejanza con Dios, por la dimensión espiritual e intelectual, por la capacidad de amar. Enseguida hay un connato de romper radicalmente el mundo de las relaciones y convertir al humano, no en un ser para los demás, sino en un solitario del universo que no necesitaría del otro, sino que se basta a sí mismo. Y, al final, no dar pie a que la vida, como río que se dirige al mar, llegue a su desenlace natural. ¿Qué es lo que quieren del ser humano?
Tal vez un alguien o un algo que se maneje a capricho de otro alguien u otro algo. Un ser que, como un supuesto ángel, sea ajeno a las realidades que son propias de la vida humana y que más bien flote entre nubes de imaginación. Un ser cobarde al que se le inhibe de arriesgarlo todo por amor, por generosidad, por nobleza de espíritu. Que sea solo el día que vive y no la plenitud que podría lograr. O, pero aún, un ser que no confía siquiera en sí mismo y trata de devorarse para no llegar a ser nada de lo que su Creador le puso como provocación en el alma. En últimas, una fragilidad insoportable que vive solo en el temor y la angustia. A eso quieren llevar al ser humano: a despojarlo de su grandeza original para convertirlo en poco menos que un respiro imperceptible en medio del universo.
Difícil precisar quién o qué está empeñado en deshacer al ser humano para convertirlo en basura del universo. Pero la fuerza se siente, las manifestaciones de esta especie de guerra contra lo humano se perciben en el ambiente y causan mucho mal. Pero es en vano. La condición espiritual, la categoría de creatura e hijo de Dios, hacen del ser humano realidad invencible. El que persevere en la lucha, afirma Jesús en el Evangelio, se salvará.