En el asombro y el silencio ante los incendios que han sufrido los Cerros Orientales de Bogotá - nuestra reserva forestal, patrimonio e identidad; ese “telón de fondo” que nombrara Andrés Plazas, fundador de Amigos de la Montaña-, no se tienen ni siquiera las ganas de entrar en argumentos del por qué éstos han sucedido, al menos por el momento.
Más bien, en medio de la tenacidad que han puesto todas las personas e instituciones encargadas de frenar su fuerza, resolví dedicar un momento de admiración a nuestras montañas y recoger en un collage distintos poemas, escritos por colombianos en diferentes momentos de la historia, que nos recuerdan su esplendor y valor, muchas veces desapercibido en el entorno de nuestra cotidianidad con ellas.
Para empezar, habría que recordar que los Cerros Orientales son área protegida desde el año de 1976 y tienen además la franja de adecuación como zona de amortiguación entre la ciudad y la reserva forestal, conformada por catorce mil hectáreas, que se extiende desde el humedal de Torca hasta el boquerón de Chipaque.
La fuente de Torca, el poema de José Caicedo Rojas, que describe el camino del rio hacia el mar, como si se perdiera en su desembocadura, o peor si entonces lo sorprendiera un huracán, bien se podría asimilar al lastre de hoy:
¿Dónde irá tu corriente bulliciosa, entre arrayanes nacida y sobre cama musgosa, blandamente remecida? … Cuando el huracán lo bate, …¡Cruel batalla, terrible, espantoso duelo, entre la tierra y el cielo! ¡TORCA humilde, quién creyera, al ver tu raudal modesto, que tan presto, ese tu destino fuera!
De finales del siglo XIX, pasamos al Poema de los cerros bogotanos, de Leonardo Torres (2011), que habla de los distintos colores que se reflejan en sus cimas. Aquí se recoge uno de ellos:
Son azules las montañas, no cabe duda.
Lo dicen los poetas que las ven cada mañana y
cada mañana intentan ponerles un nuevo color, pero fracasan.
Al fin y al cabo el verde no es más que un azul mestizo
y los eucaliptos no saben qué color tienen sus hojas.
***
Poco importa el color de las montañas. Están allí. No cabe duda. Dándole color a la memoria.
La Fundación Cerros de Bogotá, que lidera investigaciones y acciones en su beneficio, expone el poema de José Manuel Arango, que expresa exactamente el aprecio de bogotanos o residentes por los Cerros:
Con el vaso en la mano, mirando las montañas, le acaricio el lomo a mi perro.
Estas montañas nuestras, del interior.
Casi olvidadas de tan familiares, casi invisibles de tan vistas.
No es seguro siquiera que no sean enseres en un sueño.
Estas montañas oscas que se adelgazan,
que se ensimisman en nosotros.
Ya sólo acaso una manera, de la voz, del paso, del gesto.
Me gusta acariciarlas siguiendo, con los ojos, morosamente, sus líneas abruptas.
Mientras en sus dorsos a luz de modo imperceptible va del verde al azul, al violeta
Me gusta acariciarlas con los ojos, como acaricio el lomo de mi perro con la mano libre.
Para finalizar, queda, como dijera Martin Luther King, la certeza de que: “Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol”.
*Presidente Corporación Pensamiento Siglo XXI