La reciente encuesta de Invamer trae una serie de percepciones negativas de la opinión pública con respecto al presidente Petro y a su gobierno. Como que el optimismo que se desató a mediados del año pasado ha ido cediendo espacio a un creciente pesimismo, que es el estado de ánimo más característico de los colombianos cuando opinan sobre las cuestiones públicas, no así cuando lo hacen sobre su situación personal o familiar. Es lo que expertos llaman “pesimismo social y optimismo individual”.
La aprobación del gobierno ha disminuido 16 puntos desde cuando se inició, ahora está en 40%. Y, en consecuencia, la desaprobación ya pasa del 50%.
En nuestros días no es fácil para un gobernante mantener altos índices de favorabilidad personal o de aprobación de su gobierno. Pronto la gente comienza a pensar que el país va por mal camino y que las cosas están empeorando. En esta encuesta es evidente que el alto costo de la vida ha golpeado todos los sectores, a tal punto, que el 89% considera que continúa aumentando; de la misma manera que ven con gran pesimismo el tema de la seguridad o el de la misma economía. En lo relacionado con la corrupción pues ya sabemos que las expectativas de que haya una estrategia para erradicarla son muy bajas.
No le va mejor a Boric, en Chile, ni a Fernández en la Argentina y Castillo en Perú fue un desastre. López Obrador en México es una excepción, pese a que no se registran mayores ejecutorias.
Con todo, Petro tiene una favorabilidad superior a la que alcanzó en la primera vuelta. Y no se puede pasar por alto que un buen número de colombianos no se pronunció en la elección presidencial (abstencionistas) y que más de 10´500.000 (47.31%) votantes se pronunciaron no tanto en favor del “Ingeniero” sino en contra de Petro. No siempre es así en una contienda presidencial.
Sí es apenas obvio reconocer que hay un proceso de deterioro de la imagen del Presidente y de su gobierno. Es que se comenzó con un ambiente de aceptación del resultado electoral, de respeto a sus consecuencias, que llevó a lo que he denominado una etapa de acomodación por parte de quienes votaron por Petro y quienes votaron en su contra. Esa etapa parece haber llegado a su fin. Ya los temas de unidad nacional, de superar el odio, los sectarismos, de ayudar entre todos a construir un mejor país, están siendo reemplazados por una retórica radical por parte de algunos ministros y del propio Presidente. El ejemplo más revelador es el discurso que pronunció Petro desde el balcón de la Casa de Nariño, que culminó con la invitación al levantamiento popular ¡Que contraste!
El gran interrogante es si esta radicalización, que se materializó en la destitución de tres ministros sin apelar a las nociones mínimas de las buenas maneras, va a incrementarse y así a enrarecer aún más un clima político que ya da señales preocupantes.
Se requiere que el partido gobernante acepte que no ganó todo el poder. Y que las mayorías que podrían controlar el Congreso acepten que es indispensable la colaboración armónica entre el Poder Ejecutivo y el Poder Legislativo. Una confrontación total no ayuda al país ni a las diferentes partes, mucho menos cuando tenemos un proceso electoral en octubre, que está contaminando todo.