Todo indica que la radicalización de derecha que ha promovido el fenómeno Trump está teniendo su correlato en la radicalización de izquierda representada en lo que se conoce como el “Gran Despertar” (Great Awokening, en el inglés afroamericano).
La expresión “Gran Despertar” alude a la toma de conciencia -de una izquierda progresista blanca con buen nivel económico y educativo-, de la injusticia de un sistema que ha oprimido a los negros y a otras minorías raciales, cuya enmienda exige que los blancos expíen su culpa. En el vocabulario de los activistas “woke” sobresalen algunos términos que hacen referencia a problemas reales que sufren los afroamericanos, como la pobreza y el deterioro de sus barrios, las variadas desigualdades, la violencia policial o las altas tasas de encarcelamiento. A los que suman otros derivados de una visión que va más allá del racismo, buscando cambios culturales “libertarios”.
Es el caso de la expresión “racismo sistémico” mediante la cual denuncian la omnipresencia de un mal que permanece enquistado en la sociedad por efecto de unas estructuras injustas, por lo que llaman a mantenerse constantemente despiertos (stay woke). El “privilegio blanco” alude a las ventajas que acompañan a todo blanco desde su nacimiento y de las que debe hacerse consciente (check your privilege) para enmendar el sistema.
También está la noción de “supremacismo blanco”, que denuncia la creencia de quienes se ven superiores a los no blancos. La “culpa blanca” puede entenderse como la otra cara del privilegio: si los blancos viven mejor, es por la discriminación histórica que pesa desde hace siglos sobre las minorías raciales -sobre todo, la esclavitud- y que en la actualidad demanda un programa de “reparaciones”.
Otro término, la “interseccionalidad” hace referencia al traslape de dos o más formas de discriminación, fruto de la confluencia de varias “identidades oprimidas” en una misma persona o grupo. Este concepto permite comprender por qué “Black Lives Matter” (BLM), pensada para combatir el racismo, impulsa otras causas como el combate contra el sexismo, la homofobia la “heteronormatividad” y el capitalismo.
En fin, en su radicalización un sector de la izquierda expresado en la ideología “woke” ha cambiado la lucha de clases por la lucha de identidades, en la que la vida social se simplifica en un conflicto permanente entre opresores y oprimidos. El objetivo de esa lucha es la transformación de la cultura y de la sociedad a la medida de los postulados de BLM, incluyendo la “visión del mundo de la revolución sexual”. Como sostiene Albert Mohler, a diferencia del movimiento por los derechos civiles de los negros de los años 60, que tuvo un espíritu constructivo, los activistas woke quieren desmantelar la civilización occidental donde ven la fuente de un sistema opresivo.
Y para lograrlo, no basta con el simbolismo de derrumbar estatuas, sino que inauguraron la “cultura de la cancelación”, denunciada por la célebre carta de la revista Harper’s, que, entre otras incoherencias “libertarias”, pone al desnudo la del slogan “White silence is violence”.