RAFAEL DE BRIGARD MERCHÁN, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 23 de Octubre de 2011

Templos abiertos

¿Cuántos  templos o iglesias puede haber en Bogotá? Quizá no menos de 500, sin contar los que hay dentro de las instituciones educativas o los edificios gubernamentales o en recintos privados. Son un testimonio a la vista de una población muy religiosa que los sigue colmando cada vez que allí hay celebraciones. Y por este mismo hecho se deduce que responden a una necesidad muy sentida de los habitantes de la ciudad como es la de tener unos lugares para su encuentro con Dios, en un ambiente propicio para elevar el espíritu.
En la ciudad convertida a ratos en una especie de jungla urbana, bien valdría la pena potenciar el uso de los templos. La gran mayoría permanece cerrada buena parte del día por razones de seguridad. Con ello se le quita al ciudadano la oportunidad de acceder a un espacio que le puede ofrecer un Bien y unos bienes que bastante falta le hacen. Nuestros templos son lugares silenciosos, recogidos, sobrios, que les dan a sus usuarios ocasión para hacer silencio, para reflexionar, orar, descansar y, desde luego, dejarse tocar por la fuerza de la divinidad.
Pero hay que abrirlos más tiempo. Inclusive en ciertos sectores de la ciudad que no duermen también cabría pensar la posibilidad de recintos sagrados abiertos 24 horas. Una iglesia siempre abierta puede producir realmente muchos milagros en la vida de las personas. ¡Cuántos hombres y mujeres lo único que están buscando por momentos en la ciudad es un lugar de paz, un ambiente reposado, una oportunidad para encontrarse consigo mismos y con Dios, un momento de oración y hasta de contemplación! Para eso se hicieron los templos.
En los templos católicos, por lo demás y lo principal, se encuentra siempre la presencia de Jesús en la eucaristía, el Santísimo Sacramento, allá en ese pequeño recinto que llamamos sagrario. Una iglesia abierta es también posibilidad de adoración para el creyente. Bien vale la pena, vistos los beneficios que se pueden dar en un recinto sagrado, que los responsables de los templos hagamos un esfuerzo por hacerlos todavía más útiles para la ciudad, para el ciudadano, para todo el que sepa del valor de la vida interior o del silencio. Un uso más provechoso de templos e iglesias los ha de convertir como en oasis en medio de metrópolis que a veces también tienen connotaciones de desierto para los individuos.