RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Noviembre de 2013

Viniendo de vuelta

 

La  Iglesia también aprende de sus experiencias, buenas  y malas. En Colombia aprendió ya hace mucho tiempo que nada tiene que hacer en política partidista porque ese no es su oficio y porque termina siendo utilizada por quienes realmente son los políticos. Y porque a veces pudo generar unos sentimientos extremistas que trocaron en verdaderas tragedias. En este campo como en otros más, la Iglesia ya está de regreso, es decir, se devolvió a su original misión y rompió cobijas con los políticos, las instituciones que manejan ellos, sus estructuras, etc. Pero en ese camino de regreso a casa ha visto, tal vez sin sorpresa, que para allá van, para los ásperos terrenos de la cosa pública, muchas de las nuevas iglesias llamadas cristianas. Les esperan tiempos difíciles.

Ya las hemos visto en la función que los políticos ponen a hacer a las asambleas religiosas. En los lugares donde solo debe resonar la Palabra de Dios, ya hemos contemplado políticos afirmando sin pudor que sus planes son los mismos que los de Dios. Ya las hemos contemplado inocentemente reuniendo multitudes para recibir la bendición de los políticos y también anidando la vana esperanza de que las apoyarán en muchas cosas. Y las hemos visto como partidos y bancadas, tratando con cierta candidez de extender el Reino de Dios a través de las decisiones, proyectos de ley, decretos y todas esas herramientas que se usan en la política. Y las hemos contemplado homenajeando mandatarios violentos y déspotas.

¡Cómo quisiera uno sinceramente advertir a todas estas nuevas asambleas religiosas que ese camino es el más espinoso y peligroso de todos! Que allí serán usados al antojo de los políticos y que después los arrojarán al vallado del olvido y el desprecio. Advertirles que en esa combinación de religión y política subirán al escenario sus miembros más fanáticos y ciegos y los encaminarán a las persecuciones y al desprecio de la sociedad. Si enarbolan el estandarte de Cristo, el de los Evangelios, bien les convendría leer con detenimiento la dureza con que Jesús trata a los dirigentes públicos porque, salvo contadas excepciones, todos mirarán con el mismo desprecio a los predicadores, a las iglesias y a todo el que quiera regirse por la ley de Dios, como despreciaron al mismo Cristo. Y en Colombia la presencia de la religión en la política siempre fue catastrófica. Viniendo de vuelta por los caminos de la vida, lo menos que podemos decir los viejos cristianos a los nuevos es que mejor no se metan por allá. Sigan confiando mejor en Cristo.