RAFAEL DE BRIGARD, Pbro. | El Nuevo Siglo
Lunes, 6 de Enero de 2014

IGLESIA CATÓLICA

Del buen Papa al buen cristiano

“Francisco recuerda que lo importante es Cristo”

No acaba  de sorprender la acogida que en general ha tenido y sigue teniendo el Papa Francisco, casi que a nivel universal. Sobre todo sus gestos, sus actitudes y sus palabras con profundo sentido de misericordia han cautivado buena parte de la humanidad y han despabilado a tantos miembros de la Iglesia que viven como en somnolencia. Habría que analizar por qué unos gestos, más que unas palabras, han logrado un efecto tan duradero y cierto. Un abrazo, una vida sin las pompas  de este mundo, un lenguaje coloquial, unos gustos como los de cualquier mortal, etc, todo ha servido para que el vicario de Cristo vuelva a resplandecer ante una humanidad cada vez más difícil de pastorear en lo espiritual.

Es un primer paso para el nuevo despertar de los viejos creyentes. Pero no el único ni el más importante. El Papa, como todo ministro de Dios, es un instrumento para que hombres y mujeres conozcan al Creador, a su Hijo Jesucristo y a su Espíritu de santificación. Pero el Papa no salva, sino es Dios quien lo hace. Así, entonces, el siguiente paso para quienes se sienten alentados por este nuevo estilo de papado, será mirar hacia donde sus gestos y palabras indican y que no es a cosa diferente que a la persona misma de Jesús de Nazaret, redentor de la humanidad. Todo sería en vano, flor mañanera que el viento deshará en el día, si los actuales entusiasmados no se dan cuenta de que a través de Francisco, Dios está haciendo prodigios y señales para que la humanidad se convierta y viva de verdad.

El mejor efecto que un buen Papa espera, sin duda, es que los miembros de la Iglesia sean buenos cristianos, no otra cosa. Y si su palabra y figura sirven para ese noble objetivo, pues maravilloso. Pero que nadie se quede mirando el dedo que señala al sol, sino que se dirija a esa lumbrera que nace de lo alto, Jesucristo, el Señor. Esta figura relevante de Francisco en este momento de la historia corrobora una certeza que hay en la Iglesia: quien elige al pontífice siempre es el Espíritu Santo y le da en cada momento el que conviene.  El siglo XX y este que comienza han sido bendecidos con unos papas que ya hubieran querido tener otras épocas. La grandeza de todos fue y sigue siendo que tenían el núcleo claro: el importante es Cristo, no ellos. Quizás por eso están convenciendo.