RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 11 de Diciembre de 2011

Cuando no hay mal

El pasado jueves 8 de diciembre celebramos en la Iglesia Católica la fiesta de la Inmaculada Concepción. En ese día recordamos y conmemoramos un hecho de la mayor singularidad: una mujer recibió de Dios el sin igual privilegio de no haber sido concebida bajo el estigma del pecado original, sino preservada de este para ser digna morada de su Hijo. ¡Qué situación tan única y especial: nacer separada de esa corriente que afecta a toda la humanidad y que es la fuerza del mal! Un doble motivo luminoso rodea el ser de la Virgen María: fue concebida sin llevar en ella el deseo de separarse de Dios y es indicativo de la grandeza que puede darse en el ser humano cuando está, como ella, pleno de gracia, de presencia divina.

No estoy muy seguro de si hoy día alguien sueña con sinceridad en vivir ajeno a todo mal. Pareciera como si ser malo, obrar incorrectamente fuera una realidad a la cual estamos irremediablemente destinados. El modo de pensar y el transcurso enrarecido del diario vivir -y todo lo absurdo y perverso que con tanto entusiasmo nos cuentan obsesivamente los medios masivos de comunicación- fácilmente podría inducirnos a creer que el mal es el estado natural y definitivo del hombre y de la mujer. No hay tal. En Cristo y en la Virgen María ese molde ha sido despedazado y se ha abierto un horizonte que quizás no acabamos de creer que esté a nuestro alcance.

¡Cómo nos hemos enredado la vida contemporánea haciéndole ojos al mal y poniéndole nombres elegantes para adormecer la conciencia! Pero esta es autónoma y despierta una y otra vez. Y sugiere sin cesar la búsqueda del bien por encima de cualquier otro propósito. Habría que poner a toda la gente a pensar y a soñar en cómo sería su vida y la de todos si tuviéramos el firme propósito de no darle cabida al mal, al pecado, a las rupturas. Parece un consejo piadoso y gelatinoso. Pero es el único medio para que en verdad eso que llaman calidad de vida llegue a la interioridad de lo humano. De resto es como comprar casa de mil millones en la sabana de Bogotá, para que tarde o temprano se inunde. El atractivo del bien constante, de la ausencia luchada del mal, es que al final siempre habrá luz, “aunque pasemos por cañadas oscuras”. Estar lleno de gracia, la mejor aspiración.