RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 7 de Septiembre de 2014

No a censura, sí al respeto

 

Una  artista trata de transmitir un mensaje y para hacerlo se vale de uno de los signos más sagrados del catolicismo. Hace una combinación muy fuerte que no nos gusta a muchos, no porque no sepamos lo que es el arte ni porque nos creamos dueños de nada, sino porque pensamos que los signos religiosos merecen respeto y su uso debe corresponder aquí y en todas partes a ese ámbito. Hacerlo por fuera del mismo y asociar con él realidades que no vienen al caso termina por hacer del mensaje una ofensa y la gente que se siente ofendida tiene derecho a manifestarse y a pedir protección sobre lo que para ella es lo más valioso.

Entonces se oye el coro lastimero de los que se quejan de la censura y de supuestos poderes que impiden la circulación de las ideas y la creatividad. Nada dice ese coro que se gasta la tinta de todas las publicaciones de amplia circulación acerca del respeto que se debe a los demás en sus creencias y símbolos.

Estamos de acuerdo en que en general las censuras son poco recomendables, pero quisiéramos sentir con igual fuerza que el respeto es siempre recomendable. Es que no se puede, en nombre de la libertad total y del pensamiento supuestamente abierto, olvidar que unas ideas no son las de todo el mundo, unos planteamientos los de muchas otras personas y unas visiones las del resto de la humanidad. Y a esa humanidad se le debe respeto y cuidado porque le asisten derechos, como también límites, que les atañen a todos los miembros de una comunidad democrática y plural.

En este tipo de manifestaciones, bajo la bandera que se quiera, sigue saliendo a flote una forma de ser en nuestra sociedad que nos aplasta continuamente y que consiste en salir a escandalizar, a despreciar lo ajeno, a causar dolor a ciencia y conciencia, a crear malestar explícitamente.  La convivencia entre seres humanos, de la cual hablan tanto los que hoy lloran la censura, pasa necesariamente por la toma de conciencia de que existen otras personas y que mi presencia en el mundo será más fructífera si no me olvido de eso. Perder la memoria en este aspecto se convierte en un pretexto, revestido de arte, política, religión, ideología o lo que se quiera, para agredir. Y no se le puede impedir al agredido que se defienda.