Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 1 de Febrero de 2015

PALABRAS EXCESIVAS

Discursos y vida real

A  veces las palabras hacen las veces del opio. Se convierten en sustancia adormecedora que no permite captar la realidad como es en verdad. Escuchaba hace poco, en un lejano y humilde colegio rural, en la graduación de sus bachilleres, numerosos discursos -francamente tantos que se me perdió la cifra exacta- en los cuales se hacía énfasis repetitivamente en la brillantez del futuro, en las oportunidades de la vida, en los horizontes por conquistar.

Los más de sesenta bachilleres escuchaban un poco adormilados por el calor y las más de tres o cuatro horas de sesión solemne las palabras que pintaban el futuro maravilloso. Se me ocurrió preguntar, entre discurso y discurso y en baja voz, cuántos irían a la universidad y me respondieron que posiblemente ninguno. ¡Ah! Fue lo único que atiné a balbucear.

Es una de tantas escenas de la vida colombianas, rociadas de inacabables palabras que en buena medida poco o nada tienen que ver con la verdad de la realidad. Hace poco un prelado romano, molesto, se refirió al Papa diciendo que venía de un continente donde se hablaba mucho, pero se solucionaba poco. Es cierto. A ratos nos consume una especie de “traba” verbal que oculta las cosas en sí mismas, en su grandeza o en su crudeza. En nuestra cultura hay un apego a la palabra como fin en sí misma, pero no como reflejo cierto de la cosa en sí. Esta agotadora verborrea se convierte con el pasar del tiempo en el gran impedimento para que los problemas reales se solucionen, para que las respuestas efectivas tomen su curso, para que lo que tiene que hacerse se lleve a cabo.

Quizá por esta deformación cultural que nos ahoga es que tenemos tantos brotes de violencia desbordada, unos de larga data, otros como volcanes que explotan y desaparecen. Son como gritos ahogados para que la realidad sea vista y donde sea necesario se modifique para bien. Países como Cuba o Venezuela han sido víctimas en las últimas décadas del veneno de la verborrea y sus realidades de hambre y desolación hablan por sí solas.

Lo más admirable de Jesús y de los cuatro evangelios es la capacidad de decir y revelar con extensísima brevedad las cosas fundamentales de Dios, del hombre, de la vida. Cuando las palabras son excesivas hay que empezar a sospechar.