Rafael de Brigard, Pbro. | El Nuevo Siglo
Domingo, 18 de Octubre de 2015

SABER HACIA DÓNDE VAMOS

Hechos y discursos

Hoy  día han cambiado tantas cosas, unas sustanciales y otras marginales, que quienes tenemos creencias y valores nos preguntamos con frecuencia si llegó la hora de cambiar los discursos y someternos a la fuerza implacable de los hechos. Es una apuesta arriesgada.

El discurso cristiano está sometido hoy a una verdadera prueba de resistencia en todos sus órdenes: el dogmático, el moral, el político, el social, el humanista. Y, sin embargo, los hechos que parecen imponerse con una fuerza demoledora, tampoco están dando el fruto largamente esperado de una mayor felicidad para la gente en términos generales. La percepción actual de la vida es que se ha vuelto muy complicada y en muchos aspectos insatisfactoria.

Una sociedad sin discursos, como en buena medida es la nuestra, vive dando palos de ciego. Los hechos nos abruman y esclavizan. Nos sacuden toda clase de acontecimientos absurdos y sin sentido. Y por eso mismo conviene ser muy críticos respecto a lo que a diario sucede o a lo que habitualmente hacemos, por fuerza de la costumbre o por la presión de la masa social. Siempre conviene darse cuenta qué camino abren los hechos, es decir, hacia dónde vamos como personas y como sociedad con lo que a diario sucede. Y en este sentido el panorama nuestro no es muy claro ni muy halagüeño y por el contrario pareciera que no fuéramos sino siervos de unas fuerzas que se dirigen a un destino desconocido.

Es importante tener un discurso orientador de la vida, discurso que puede nutrirse en primer lugar de lo religioso que le da trascendencia a la vida, de lo filosófico que le descubre la razón de ser a los que somos y hacemos, de lo social que nos sitúa con justicia en medio de las demás personas, de lo ecológico que nos invite a cuidar la “casa común”, en el decir de Francisco, papa. Transitar por la vida con ideas orientadoras, con creencias asumidas interiormente, con valores asimilados y vividos, hace que en el horizonte haya metas claras y que el camino tenga norte. Pero arrojarse al mundo de lo humano sin carta de navegación convierte la vida generalmente en un hecho que hastía. En varias ocasiones, cuando la gente le hacía preguntas trascendentales a Jesús, Él respondía: “¿Qué lees en la Escritura?”. Remitía al discurso más importante de todos, el de Dios. Debería ser siempre el primero.