RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 22 de Abril de 2012

Desmontar una sociedad

Con cálculo milimétrico y andadura sostenida el mundo occidental -una elite poderosa- ha venido desmontando las estructuras milenarias de la sociedad. Comenzó, hace ya varios siglos, con la labor de ir corriendo poco a poco, hasta el margen, la fe religiosa y con ella la presencia de Dios, como realidad determinante en la vida individual y colectiva. Después la emprendió contra la familia y contra el matrimonio. Siguió con la identidad de género. Continuó con la desinstitucionalización de la autoridad y con la relativización de toda norma y precepto. Desmontó el carácter constructivo del sistema educativo y lo anarquizó al extremo. Censuró la conciencia y le desplegó los ejércitos de la ley humana y el escarnio público para evitar su revitalización. Y, así, estamos en el nuevo orden, con su paradójica similitud al caos.

Pero es notable también la casi nula reacción de la sociedad para no dejarse desmontar. Le han quitado los cimientos, le han removido las columnas y las vigas, le han roto los amarres y ella misma, la antigua juntura de hombres y mujeres, se ve a sí misma caer al abismo sin siquiera lanzar un quejido.

¿Estaban hombres y mujeres ahítos de la vieja sociedad y por eso se han hecho silenciosos cómplices de los demoledores? ¿O más bien, desconocen la profundidad del proyecto ideológico en curso y no saben que los llevan a verdaderos molinos para ser trituradas su condición y su dignidad humanas? El ejército de los demoledores está pertrechado de legisladores, comunicadores, profesionales de la medicina y la religión light, agitadores, gobernantes, mandos medios, profesionales de la mente, etc. Y avanza con paso seguro y, también hay que decirlo, violento.

Las víctimas están tendidas en el campo de batalla: infinidad de personas solas, multitudes sumidas en el mutismo y miedo más absolutos, niños y jóvenes sin padres a la vista, agresores emocionales a la orden del día, ancianos desprotegidos, educadores pasmados, gobernantes temerosos, enfermos de enfermedades nunca presentadas en su total gravedad y en su origen en la inmoralidad, padres de familia amenazados por los frutos de sus entrañas, etc. Los demoledores saben hacer su trabajo. ¿No hay nadie al otro lado del río para detener la avanzada de este engendro occidental? ¿No hay fuerzas religiosas para enarbolar una bandera contraria? ¿No hay una sociedad civil para cerrar filas ante Atila? ¿No hay un Estado que también lleve estandartes éticos y morales al campo de la sociedad? Debe haber de todo esto, pero todo cubierto por un manto de temor y acomodamiento que pueden ser también acta de defunción.