RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 24 de Junio de 2012

El poder como tragedia

 

Como a un espectáculo de antiguo cine rotativo, asistimos los ciudadanos a diario al que se da en las esferas del poder. Es una película, aunque parecen varias, que se repite infinidad de veces. Sin embargo, en los tiempos que corren el tinte dramático se ha vuelto la nota dominante. No es para risas, sino para compasión. Quienes desfilan por el escenario del poder, luego de unos primeros movimientos ligeros y sonrientes, pasan a situaciones que poco a poco los desbordan en todo sentido y comienzan a verse las consecuencias: enfermedades, rupturas familiares, pérdida de amigos, relaciones peligrosas, cansancio y mucha, pero mucha decepción. Y, no obstante, sigue el poder atrayendo a más de uno.

Tal vez el poder nunca ha subsistido en un ambiente diferente, sino que siempre ha germinado en medio de lo más cruel de la existencia de los seres humanos. Los ideales invitan a hacer del poder un medio para servir a las personas y a las comunidades. Las realidades en que se desempeña quieren con frecuencia descarrilar este propósito y se generan unas tensiones capaces de doblegar hasta al más resistente de todos. Como en un caldero se cocinan al mismo tiempo los empeños más nobles junto con las intenciones más oscuras y absurdas. Quizás la sabiduría de quien ejerce el poder consista en saber que nunca lo tendrá en ambiente químicamente puro y que en medio del hervor de toda clase de intereses, deberá ser capaz de lograr algo realmente noble y engrandecedor de él y de quienes dependen de sus actuaciones.

Pero sucumben hombres y mujeres en los ámbitos del poder actual. Unos caen por física incapacidad de resistir un ambiente denso y contaminado. Otros flaquean ante los halagos del poder y pierden el norte de su misión. No son raros los que una vez al mando se dan cuenta que no tienen la noción del deber ser y esos sí que hacen mal y exprimen sólo para beneficio propio. Y hay una verdadera romería de los que viven del poder doquiera se encuentre y lo persiguen así sea en el cargo más tedioso y gris del aparato de cualquier sistema. Los espectadores miramos con curiosidad, a veces con indignación, el espectáculo. Todo lo que se sacrifica, todo lo que se vende, todo lo que se soporta, para estar en el curubito. Al final de la película, sus actores despiertan más compasión que cualquier otro sentimiento.