RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 19 de Agosto de 2012

Tiempo de claridades

 

Algunos temas trascendentales de la vida individual y colectiva han sido llevados por la discusión y la dialéctica de las ideas, y también por los debates políticos, al terreno de la toma de posición. El matrimonio, la unión de parejas del mismo sexo, los derechos del niño por nacer, la adopción de niños por parejas del mismo sexo, la eutanasia, la forma como se origina la vida humana, el uso de los recursos naturales, los derechos de los pobres y los deberes de los ricos, las minorías y las mayorías, la libertad religiosa, etc. En el ambiente se siente una tensión porque difícilmente se podrían concebir conciliaciones en realidades vistas desde puntos de vista tan opuestos. Nos ha llegado una época que va más allá de la misma postmodernidad.

Los cristianos, es decir, los seguidores de Cristo y sus enseñanzas, que a su vez recogen la tradición religiosa y de pensamiento del judaísmo del Antiguo Testamento, no la tenemos fácil en estos tiempos. Pero no la haremos más llevadera siguiendo cualquier viento de doctrina, como afirma el Apóstol. La tradición judeo-cristiana, por ser de tipo religioso no deja de ser también una histórica y muy elaborada construcción de pensamiento milenario. Y si estas religiones, que son también sistema de pensamiento, son partidarias de la defensa de la vida, de los derechos de los más débiles, del orden natural de las cosas, es porque así lo han aprendido en la Revelación y lo han consolidado con una tarea de pensar llevada a grandes profundidades.

A los cristianos de inicios del siglo veintiuno se nos llama hoy a asumir con claridad lo que nuestra fe conlleva. Y es fundamental que en los temas primordiales no seamos de medias tintas, entre otras cosas, porque si queremos explicarle al mundo por qué creemos en lo que creemos y pensamos como pensamos, el punto de partida es la perfecta armonía entre lo profesado con los labios y lo actuado en la vida. Y hay dos puntos de referencia. El primero, la fidelidad a Dios y a su Palabra. El segundo, la fidelidad al propósito de ser los mejores prójimos. Puede ser que esto tenga un precio muy alto. No será la primera ni la última vez que se pague. La claridad surge la mayoría de las veces de la fidelidad a lo que se piensa y cree.