RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 26 de Agosto de 2012

Todo parece haber cambiado

 

Si algo caracteriza la época en que estamos viviendo es la sorpresa, casi siempre aplastante, de cada amanecer. En general se trata de sorpresas respecto a los asuntos más vitales y tenidos como más trascendentes en la existencia humana. Es como si cada vez que abrimos los ojos al salir el sol, viéramos que de la estantería en que reposaban los instrumentos para guiarnos y comportarnos en el diario vivir, éstos se estuvieran cayendo y fuera imposible volverlos a poner en su lugar. Así, entonces, sin las herramientas tenidas por infalibles y catalogadas como infaltables, el hombre y la mujer de hoy deben lanzarse a los caminos de su cotidianidad con la angustiosa sensación de ir completamente desprovistos.

Como la situación ya no sólo no es nueva sino que tiene visos de no tener vuelta atrás, han comenzado las criaturas humanas a pensar que todo parece haber cambiado. Pero lo piensan con una alta dosis de incertidumbre y hasta de temor. Sienten que sus convicciones tenidas como más profundas e interiores están siendo socavadas por la fuerza de los hechos, por lo irreversible de lo nuevo, del nuevo proceder. De esta manera la característica de la vida actual es no tener características duraderas. El material que se requiere para sobrevivir es una masa completamente maleable que se deja moldear de nuevo cada día por eso que llamamos bastante en abstracto “ambiente”.

Afirmar que todo parece haber cambiado contiene cargas profundas. Ha cambiado la creencia de que existen valores o principios válidos para siempre e incluso los denominados eternos. Ha sido transformada la noción de que existe un orden natural que obligaba a todos los seres a tener una identidad y unos comportamientos definidos. Ha sufrido enormes cambios de percepción esa realidad que llamamos Dios o al menos el modo de relacionarnos con ella y también las consecuencias derivadas de ese diálogo. Quizás, detrás de esta apariencia fuerte de un cambio en todo lo tenido como vital y trascendente, el nuevo eje resulte ser el hombre y la mujer, pero ya no como especie colectiva, sino en la radical individualidad que diseña su propio mundo, su visión, sus proyectos y se niega a aceptar y siquiera escuchar voces externas y leyes objetivas. El descubrimiento no es nuevo. Lo nuevo es la consecuencia sorpresiva con que amanece cada día. Por lo pronto tenemos esta seguridad: todo ha cambiado y ahora vivimos en la incertidumbre permanente. Antes, al menos teníamos barandas para sostenernos.