RAFAEL DE BRIGARD, PBRO. | El Nuevo Siglo
Domingo, 30 de Septiembre de 2012

“Tal vez hoy nada esté más refundido que la persona misma”

MASIFICACIÓN

En busca del individuo

La  humanidad tiene hoy muchos comportamientos de manada, incluyendo aquellos que la exponen al peligro. Semeja en ocasiones a aquellas multitudes de cuadrúpedos que en las sabanas africanas se lanzan a cruzar impetuosos ríos infestados de cocodrilos, a sabiendas de que algunos encontrarán allí la muerte. Pero es que no son seres inteligentes, sino apenas dotados de instintos. La masa humana está siendo llevada cada vez más a comportarse instintivamente, sacrificando sus potencias intelectuales y espirituales, por no mencionar las morales, que tanto escozor les causan a algunos.

En buena medida la masificación ha hecho naufragar al individuo, a la persona concreta, única, irrepetible. El humanismo cristiano abogó siempre por la persona, incluso dentro de la esfera eclesial, propensa a veces en demasía por la norma estándar más que por la situación particular. Quienes están interesados de verdad en la suerte y la vida de las personas en concreto, con nombre propio, tienen que volver a ser capaces de hablarle a cada una al oído. El altoparlante de la ideología de masas es terrible, embrutecedor al máximo, deshumanizante y hasta cruel. No hay en él ningún interés por la suerte del individuo, sino más bien empeño en convertirlo en número, en estadística, en cifra fría, en costo. Y el método es provocar sus instintos, sacrificando racionalidad, libertad, autonomía.

La búsqueda del individuo, de la persona concreta, es tarea larga y fatigosa. Se hace en la intimidad del diálogo, en el acompañamiento de los pasos de la vida, en la animación de los ideales y en el hacer despertar dotes y talentos. Y se realiza sin invadir, sin apropiarse de la persona, sin alienar. Es como labor de filigrana, tratando de construir la mejor de las obras y cosechando de lo íntimo del ser los frutos más nobles, más humanos, más espirituales. Padres de familia, hermanos y hermanas, educadores, pastores, consejeros, médicos, sicólogos, siquiatras, abuelos y abuelas, quizás también todos los comunicadores, tenemos una inmensa, delicada y bella tarea por hacer en esto de rescatar a cada persona del espíritu de manada, de la tiranía de los instintos desbocados. Si renunciamos al amor por cada persona o no retomamos este servicio, no deberíamos extrañarnos nunca de lo que vemos que hace cada día la manada, aún en detrimento propio. Tal vez hoy día nada esté más refundido que la persona misma, el individuo. Su liberación aguarda un día propicio.