Trump ha elegido a Raqqa para cristalizar su visión estratégica sobre un mundo caótico del que no puede aislarse una gran potencia como los Estados Unidos.
En ese sentido, quienes pensaban que su política exterior y de seguridad iba a basarse en un aislacionismo centrado en los problemas internos no supieron interpretar la verdadera dimensión de sus planteamientos y nombramientos.
¿Cómo podría una gran potencia abandonar sus compromisos globales, justo cuando se propaga el terrorismo, el extremismo y toda suerte de amenazas polimorfas, empezando por la proliferación de las drogas?
Adicionalmente, si algo caracteriza el modelo ejecutivo Trump es, precisamente, la conexión directa entre el discurso electoral, las directrices de los primeros 100 días y la toma de decisiones.
A diferencia del gobierno anterior que tardó en aclimatarse para terminar conciliando con toda suerte de posturas, incrementando así el desorden y afectando tanto el interés nacional de la nación como el de sus aliados, el modelo ejecutivo de Trump, basado en el equilibrio de poder, interviene directamente los problemas, sin dilación ni tremores.
Específicamente, los preparativos para diezmar al Estado Islámico y avanzar sobre Raqqa, considerada su capital operativa, son el mejor ejemplo de que, bien identificada la amenaza y sus componentes, las capacidades se orientan a desarrollar acciones decisivas que alteren por completo la estructura estratégica del sistema antagonista.
En perfecta sincronización con los aliados kurdos de las Fuerzas Democráticas Sirias, y con un despliegue selectivo de casi mil unidades especializadas (rangers y marines), la prioridad es aislar la zona, delimitarla de manera efectiva con artillería pesada, evitar las fricciones entre aliados (kurdos y turcos) y tomar la iniciativa esencial aunque reconociendo la influencia natural de los rusos en el área.
Dicho de otro modo, recuperar Irak, estabilizar Siria (incluyendo al régimen), destacar a los kurdos, reconocer el interés de Turquía, balancear el poder junto a Rusia y desenmascarar la narrativa yihadista.
Todo aquello sin que, en otras latitudes, el crimen organizado se sienta a buen recaudo.
Por el contrario, conservando a los terroristas en los listados, solicitando extradiciones, emplazando a las dictaduras y a sus contribuyentes, y enfatizando en la clara relación que existe entre las drogas y los grupos armados organizados de todo pelambre.