Camino por esta Séptima vertebral con mi alma agotada después de haber incendiado en la quimera del rendimiento ocho años de mi vida como contratista en una entidad poco saludable y poco protectora.
Me he explotado a mí misma; he diluido en el positivismo del yo puedo mi naturaleza de homo sapiens y me he convertido en animal laborans, insulsa que soy ya que Nietzsche advirtió el riesgo en El último hombre; mi vida como contratista acabó con mi soberanía.
Ese rendimiento al que estamos obligados los independientes solo produce depresivos, asegura el filósofo coreano Byung-Chul Han en La sociedad del cansancio: “Lo que provoca la depresión por agotamiento no es el imperativo de pertenecer solo a sí mismo, sino la presión por el rendimiento”; la entrega de “productos” que atiborran los despachos de documentos inútiles, informes de gestión profusos y difusos, naderías para un país que espera, necesitado.
Entonces, me llegan con sordina las palabras de la valiente Clara López, Ministra de Trabajo, tratando de ponerle el cascabel al gato en una entrevista de El Tiempo: “Tanto el sector público como el privado, en lugar de firmar los contratos reglamentarios, están haciendo unos contratos cortos de prestación de servicios, con el ánimo de ahorrar. Pero lo que están ahorrando en derechos de los trabajadores está redundando en ineficiencia y en falta de productividad. Este cortoplacismo lo tenemos que vencer. El Estado también tiene que formalizarse”.
Vana Utopía. Es que los contratistas hacemos el trabajo del funcionario que vegeta inamovible amparado en fueros sindicales o en carreras administrativas; tan independientes que somos, nos hacemos cargo de nosotros mismos y de nuestro tambaleante futuro; nuestras tareas son misionales, estamos supeditados al burócrata de turno, cumplimos horario, pero somos trompos de poner y cada tanto debemos implorar la continuidad de nuestro contrato y sobreponernos al prejuicio de ser ficha de un político.
Desgaste ocupacional, acoso moral, almas chamuscadas en el estiramiento del presupuesto del plan de desarrollo nacional. Un más por menos. Sin líder, el contratista le cumple a un plan de trabajo acomodado a capricho, tan lleno de cosas como arbolito de Navidad.
Después de ocho años acepto que el multitasking del Estado no es para filósofos, porque lleva a un agite que no genera nada nuevo, solo ejecución presupuestal. Es una regresión: “un animal ocupado en alimentarse ha de dedicarse a mantener a sus enemigos lejos del botín y debe tener cuidado de no ser devorado mientras se alimenta”.