Los partidos políticos, los gobernantes y hasta la democracia misma está cuestionada por los latinoamericanos -si nos regimos por los números que arrojan las investigaciones del Latinobarómetro-, y es una tendencia que se viene consolidando año tras año. Por eso cobra vital importancia rememorar dos hechos que acontecieron en Uruguay, que marcaron la historia: el plebiscito de 1980 y las elecciones internas de 1982, de la que este 28 de noviembre se cumplieron 40 años.
Se trata de dos elecciones con una particularidad, ambos procesos se dieron en plena dictadura cívico-militar uruguaya, con actores políticos proscriptos, exiliados, encarcelados, desaparecidos y hasta asesinados; con censura en los medios de comunicación, pero también de la cultura y de las organizaciones sociales.
En ese marco, con campañas que fueron absolutamente desiguales, con una ciudadanía que podía acceder prácticamente en forma exclusiva al mensaje que emitía una sola voz -la del régimen dictatorial y sus aliados oficialistas-, se celebraron estas dos elecciones en Uruguay, y fueron las fuerzas demócratas las que lograron el triunfo en las urnas, pese a las adversidades de que fueron víctimas los promotores de las opciones opositoras al gobierno de facto.
La pregunta entonces, luego de haber trabajado cuatro años en la investigación de estos dos procesos electorales, con una visión académica que viene desde la disciplina de la comunicación política, es ¿por qué?, ¿cómo es posible ganar elecciones en escenarios que son tan adversos y en donde las reglas del juego son desiguales para los contendores?
Lógicamente que no existe una única respuesta, son muchas y no es intención de este puñado de líneas analizar cada una de ellas, pero sí centrarnos en una de las más importantes: los partidos y sus militantes.
Desde antes mismo de la formalización del golpe de Estado, el 27 de junio de 1973, hasta la recuperación de la democracia en Uruguay, el 1 de marzo de 1985, gran parte de la militancia político-partidaria y el activismo social (integrantes de sindicatos, gremios estudiantiles, etc.) debió hacerse desde la clandestinidad, siendo estas mujeres y hombres objeto de censuras, persecuciones y feroces ataques, que podían ir desde la cárcel y la tortura hasta la misma muerte.
Estos héroes anónimos -muchos de ellos- no escatimaron energías y decidieron enfrentar varios peligros en su tenaz labor por la recuperación democrática; y, dentro de los partidos, encontraron un espacio de resistencia, que podía ser poco organizada si tenemos en cuenta las libertades cercenadas que imperaban en el Uruguay de ese entonces, pero desde allí y en forma muy artesanal por momentos, se hacía llegar el mensaje de resistencia y de lucha, que en lo que tiene que ver con estos dos procesos electorales también implicaba votar por las opciones más opositoras a la dictadura.
Era importante para la militancia saber cuál era el pensamiento y la posición del partido, cuál era el mandato en las urnas, y luego, con esos lineamientos, se celebraban reuniones clandestinas para discutir política y organizar acciones de campaña -reitero que muy artesanalmente si lo miramos con los ojos del mundo de hoy, en donde la profesionalización de la comunicación política es muy grande-.
Hace cuarenta años en Uruguay se daba el triunfo de las fuerzas de Wilson Ferreira Aldunate, que estaba exiliado e imposibilitado de ser candidato en esta campaña, pero encontró la forma, a través del ingreso clandestino de casetes, de hacerle llegar su voz a los militantes de su sector en el Partido Nacional; al mismo tiempo las fuerzas batllistas, lograban derrotar, dentro del Partido Colorado, al oficialismo de la dictadura, encarnada en la figura del expresidente Jorge Pacheco Areco.
Pero se dio otra situación más que es necesario destacar: el voto en blanco. En elecciones no obligatorias, en donde el Frente Amplio estaba imposibilitado de participar en los comicios, la coalición de izquierda, también en forma clandestina, liderada por el general Liber Seregni desde la cárcel, conformó una comisión electoral -cuyos integrantes fueron detenidos luego de su presentación- para convocar el voto por esta opción, obteniendo casi un 7% de las adhesiones.
Sin el rol protagónico de esos militantes, sin el peso histórico de los partidos políticos uruguayos, no existiría el país actual; por eso, en épocas de descreimiento político en América Latina y gran parte del mundo, cuando los partidos, los políticos y hasta la misma democracia está cuestionada por nuestros habitantes es importante recordar esta historia y entender que los cambios se hacen desde el activismo no desde el sillón de nuestra casa, y que allí, los partidos siguen teniendo mucho para brindar.