Reminiscencias | El Nuevo Siglo
Lunes, 2 de Diciembre de 2024

 La prudencia, recordaba Demóstenes, es una necesidad de todos los tiempos, y las voces del pasado son siempre útiles para iluminar el presente. Así, no está fuera de propósito traer a la memoria esas viejas reflexiones y será siempre provechoso oírlas, una y otra vez.

Cuando es cosa de razón, señalaba Isócrates, si es que se quiere acertar “con lo que ha de ser a la ciudad más conveniente”, hay que escuchar con mayor atención a los que se oponen a nuestro dictamen que a quienes lo aprueban, pues “el discurso que os acomoda os sirve como de nube para no ver lo mejor”.

Por estos días en los más diversos temas pareciera que muchos quieren solo escuchar sus propias razones y se niegan a confrontarlas y a enriquecerlas con los pareceres opuestos. 

El debate público se empobrece y se llena de epítetos y descalificaciones de la más diversa índole, en una lógica de confrontación sin sentido, o de diálogo de sordos,  como también se percibe  la actitud de querer imponer a toda costa la  voluntad propia, sin considerar los argumentos contrarios, o buscando invalidarlos por principio, sin atención a su contenido, o a las evidencias, los hechos y los datos, por cuanto el argumento proviene de un oponente político, o por no encuadrar en la visión del mundo y de las cosas a la que por ningún motivo y bajo ninguna circunstancia se quiere renunciar.

El gobernante, en particular, está llamado empero a una actitud diferente. La prudencia en su caso se asociará, entre otras cosas, con la sabiduría de saber escuchar y de pedir consejo. Pues como también antaño  señalaba Pedro de Rivadeneyra... “Bien puede ser que algún príncipe sea tan sabio y de tan larga experiencia, que en pocas cosas tenga necesidad de consejo; pero esto regularmente pocas veces acontecerá; y son tantas, y tan varias, y tan perplejas, y de tanto momento las que a un gran príncipe se ofrecen en paz y en guerra, y en tantas las circunstancias que en cada una de ellas se deben considerar... que no tenga necesidad en muchas de ellas de quien le ayude a descubrir tierra, para comprender mejor la verdad”.

Es por esto que desde la antigüedad la prudencia como virtud ha estado ligada a la figura del gobernante como la cualidad por excelencia que éste debe poseer y que Santo Tomás explicara que la prudencia orientada al bien común se llama prudencia política.

Referirse a ella hoy guarda todo su sentido, pues en sociedades aún más complejas  y convulsas que las que inspiraron esas palabras, en las que corresponde actuar con determinación pero también con sabiduría y buen discernimiento, los deberes del gobernante se acrecientan y lo que se opone a la prudencia, esto es, la precipitación, la inconstancia, la apatía, la irreflexión, ha de evitarse en lo posible, so pena de poner en riesgo no solo la estima y consideración del líder imprudente, sino la legitimidad y  la dignidad que representa y, en últimas, la capacidad misma del gobierno.

@wzcsg