Con el paso del tiempo y los cambios que la tecnología en la vida moderna demanda, las relaciones entre ciudadanos se vienen deteriorando en grado superlativo y si a éste concepto le añadimos la violencia en todas sus formas y modalidades, encontramos que vivimos en un estado caótico y de miedo permanente.
Todo ello nos conduce a comportamientos extremos de prevención, desconfianza y susceptibilidad, situaciones que lleva a un comportamiento aprensivo hacia la misma ciudad, sus habitantes y los entornos, tanto laborales como habitacionales, haciéndose urgentes los clamores de auxilio, asistencia o presencia de las autoridades -tanto administrativo como operativas- invocadas ante las amenazas o sospechas por los recelosos residentes de los vecindarios.
Realizando un estudio muy superficial de la vida pretérita en las principales ciudades del país, podemos observar cómo se ha venido perdiendo y desdibujando el significado de cultura ciudadana, representada no solo en el trato respetuoso y cortés entre los moradores de las diferentes urbes, así como de éstos con las autoridades policivas, sino en el comportamiento de todos y cada uno de sus habitantes, ante la ley y el orden ciudadano, que cobija un sinnúmero de preceptos o protocolos conducentes al buen vivir y consideración por la ciudad misma, con sus capas sociales, culturales y laborales.
Demandemos la consideración por el amoblado ciudadano concebido para el uso y bienestar de los habitantes, hoy vandalizado a lo largo y ancho de las ciudades sin que aparezcan dolientes, que en otros tiempos defendían y demandaban respeto por estos elementos; el cuidado y acato para el peatón, venido del conductor, quien en su conducta mantenía una expectante atención a las normas de tránsito, establecida por las autoridades del ramo, las que por estas calendas son violentadas e respetadas sin miramiento alguno. Ello, claro está, valorando el compromiso de los peatones, quienes también están sujetos al cumplimiento de normas en procura de su seguridad e integridad y que a la fecha viven desprevenidos y ausentes de los peligros que acechan por su falta de compromiso.
La realidad es que nos encontramos frente a un problema social de orden nacional sin precedentes, el cual conlleva múltiples aristas de complejo manejo, pues hablamos únicamente de la cultura ciudadana, factor con posibilidades de acuerdos y compromisos, que muy seguramente los aspirantes a las alcaldías municipales pueden programar o contemplar en sus proyectos.
Es cuestión de políticas para rescatar, no de crear o implantar.
Existe el antecedente social positivo que se puede revivir con campañas, alianzas, compromiso y demás recursos susceptibles de utilizar para motivar la ciudadanía. Porque de resto, el reto es grande: invasión del espacio público, caos vial, delincuencia exacerbada, transporte publico colapsado, justicia paquidérmica y sin cárceles, basuras a la orden del día, etc.
Son enormes desafíos de difícil y larga superación. Pero podemos dar un primer paso: por lo menos rescatemos la cultura ciudadana.