Se ha tornado difícil hablar de masculinidad en algunos ambientes, salvo que se le añada el adjetivo “tóxica”. Rasgos asociados a la personalidad masculina -como ideal- tienden a ser vistos de manera negativa: la fortaleza, la valentía, la inclinación a correr riesgos y a competir, el afán de desarrollar la propia potencialidad, la magnanimidad en los proyectos…, son considerados más como prepotencia que como cualidades. La masculinidad estaría bajo sospecha, pero para bien de la sociedad es importante rescatarla.
Para algunas feministas, de esa masculinidad proviene el dominio patriarcal por erradicar. Por eso defienden una “nueva masculinidad”, que haría a los hombres menos tóxicamente masculinos y más proclives a rasgos femeninos, con lo que la sociedad entera saldría ganando y las mujeres se sentirían más seguras.
Cabría esperar que desde dicha perspectiva el feminismo revalorizara modos de actuar y metas propias de las mujeres. Sin embargo, en muchos casos ocurre lo contrario: envían el mensaje de que los hombres son el estándar para medir a las mujeres. Como observa la socióloga Mary Eberstadt en “Gritos primigenios”, las mujeres que no quieren competir en términos masculinos -en el trabajo, en el sexo, en la vida social…- no son tan valoradas como las que se comportan más como los hombres. Mientras que las que privilegian la dedicación del talento a la familia y a la crianza de los hijos, resultan subvaloradas.
Aún más, la asunción de un estilo masculino se nota también en el feminismo más radical, como sostiene Eberstadt: “en un mundo donde el sexo libre ha hecho que la compañía masculina sea más problemática que antes, algunas mujeres han adoptado la coloración protectora de las características masculinas: bravuconadas, lenguaje soez, beligerancia, actitudes desafiantes y, según sea necesario, promiscuidad, o al menos la legitimación de esta”. Paradójicamente, estas características propias de una masculinidad verdaderamente tóxica son ahora también utilizadas por las que quieren combatirla.
Siempre habrá que rechazar y combatir los casos de abuso y acoso en que incurren algunos hombres. Pero presentar esta patología como algo intrínseco a la masculinidad es una generalización ideológica. Y es curioso que después de tanto denunciar los estereotipos sexuales, se fabrique un nuevo cliché del hombre como acosador sexual sistemático.
Lo cierto es que para luchar contra la posible prepotencia del varón no hay que renegar de cualidades propias de la masculinidad, sino encauzarlas constructivamente. Así lo señala la psicoterapeuta Mariolina Ceriotti en su libro “Masculino, fuerza, ternura”. A su juicio, el problema es que cierto feminismo “no llega a entender que tanto la impotencia como la prepotencia son degeneraciones del verdadero don de la masculinidad, que consiste en la potencia buena, fecunda y fecundante, de la que el mundo y también la mujer seguimos teniendo una extrema necesidad”.
La denigración sistemática de la masculinidad solo ha llevado a crear hombres más frágiles y desorientados. Y las mujeres salen perdiendo: si algo puede perjudicar a las mujeres de hoy no son las cualidades propias de la masculinidad, sino su carencia.