Se supone que hoy debe tomar posesión de su cargo el Fiscal General de la Nación, Néstor Humberto Martínez Neira, elegido por la Corte Suprema de Justicia para el periodo constitucional 2016-2020. De modo que le llegó la hora de empezar a realizar todo aquello que dijo en su presentación ante la Corporación electora y de enfrentar no sólo los retos propios de su función, sino a deshacer todos los entuertos que hereda de la no muy afortunada gestión de su predecesor.
El Fiscal General ha prometido terminar con la corrupción. No creo que lo logre. Pero con que, como dijo J.C Turbay Ayala, la “reduzca a sus justas proporciones” hará realidad su amenaza de que “tiemblen los corruptos”. Y ojalá que no solo tiemblen, sino que sientan pánico, terror y verdadero miedo de la Fiscalía, de modo tal que se haga realidad uno de los fines de la pena, el de la prevención general.
Más allá de semejante aspiración, que todos compartimos, con que el Fiscal logre unificar una definición de corrupción, probablemente pasará a la historia. Por ejemplo que defina dentro de la propia Institución si es o no corrupción entregar jugosos contratos a ex Consejeros de Estado que participaron de alguna manera en la permanencia en el cargo del Fiscal General contratante. O si lo es o no, declarar reservados los contenidos de los contratos y de su ejecución para evitar el control público sobre algunos de los más algorítmicos y polémicos.
No hay que definirlo, porque evidentemente es una de las peores formas de corrupción, pero sí es urgente acabar con la práctica de la Fiscalía de perseguir penalmente a cada juez que adopta una posición que no es de su agrado. O, peor aún, la de amenazar con investigaciones a los testigos de la defensa cuando desbaratan los casos de la Fiscalía. Si el Sistema Oral (o lo que queda de él) se funda en la igualdad de armas de las partes, es violatorio de la moralidad administrativa que una parte -la Fiscalía- abuse de su poder para “ganar los casos”.
El más grande reto del Fiscal General es mirar hacia adentro de la Fiscalía. La Fiscalía tiene un gran capital humano que ha sido abandonado y vilipendiado. Es absolutamente frustrante que a la gente que se parte el lomo a diario en la Institución, Técnicos y Fiscales, se le ignore olímpicamente cada vez que hay una oportunidad de promoción laboral y en su lugar se prefiera a recién llegados sin mística ni experiencia pero con recomendación política.
El resentimiento es un combustible demasiado volátil para prender la mecha de la corrupción, y en cambio la lealtad del que no solo quiere a la Institución, sino que se siente querido por ella, es el mejor blindaje contra la inmoralidad.
Hay otra clase de corrupción que también campea en la Fiscalía General. La corrupción ideológica. Cualquier militar o policía sabe lo duro que es lograr que el manto de la presunción de inocencia alcance a cubrir el uniforme cuando algún Colectivo de Abogados lo empuja a las garras de la Unidad Nacional de Derechos Humanos.